La dulce muchacha.

Hace unos días, en un organismo oficial, me topé con una chica hipersúpermega competente, de voz dulce y refinados modales. Sin embargo, el estilismo que lucía y su maquillaje excesivo, sugerían algo totalmente diferentes. No cuadraban los modales, las formas, la dulzura, el saber estar, la diligencia y competitividad de esa mujer con su interpretación de la moda y la cosmética. Iba en esos momentos acompañada de unas amigas y todas coincidimos en lo mismo: algo se escondía detrás de esa joven, en su interior. Y también llegamos a la misma conclusión: los seres humanos, por la razón que sea, a veces hacemos cosas para causar el efecto contrario. Y queremos, a través de otros métodos, decirle algo a los demás o a nosotros mismos. Porque detrás de ese eye-liner, esos labios tan marcados y de ese estilismo tan peculiar lucidos en un lugar tan solemne como en el que nos encontrábamos, había algo más hay un mensaje secreto. Algo que va más allá de nuestras palabras.

Estamos hartos de oír a diestro y siniestro eso de «sé tú mismo» como fórmula infalible para desplegar una brillante carrera profesional y para relacionarte exitosamente con los demás. Lo escuchamos en todas partes, a todas horas. Desde la guardería hasta que nos graduamos es el estribillo que siempre suena en los discursos del ponente de turno. Sin embargo, la vida y la experiencia nos han enseñado que jugar con tus propias reglas no siempre da resultado. Y que ser tú mismo no siempre es fácil, pudiendo convertirse incluso en algo desafortunado en según qué circunstancias.
Muchos de nosotros, visto lo visto y vivido lo vivido, hemos tenido que adaptar -como si fuéramos camaleones- nuestro cuerpo y nuestra alma al ambiente que nos rodea, aunque ello implique ponernos en contra de nuestro verdadero yo. Y seguramente estaré equivocada, pero creo que se debe a que en determinados trabajos y en determinados círculos sociales, se valora extraordinariamente a los que tienen esa especial habilidad para adaptar su comportamiento a la situación que toque vivir.
Con ese panorama a la vista, no son pocos los que nerviosos y preocupados temen llamar la atención, temen no estar a la altura …temen “el qué dirán”. Creen que mostrándose tal y como son tienen un alto riesgo de fracaso tanto en el trabajo como en las relaciones personales y precisamente por ello se ven obligados -o puede que ni siquiera se den cuenta que lo están haciendo- a mudar de piel, y mimetizarse con el entorno. Auténticos camaleones.

Vuelve a mi cabeza la dulce muchacha y creo que una extrema inseguridad y el miedo a defraudar es lo que le lleva a camuflarse así entre los demás, quizás para sentirse integrada y defenderse de posibles “depredadores”. No seré yo quien diga si lo ha hecho bien o mal. ¡Faltaría más! Pero creo que no se trata de transformarnos en quienes no somos, sino de ir al ritmo que suene en ese momento. Ser personas y no personajes, adaptándonos, pero sin perder nuestro YO.

Vivir en sociedad nos obliga a encajar, pero…¿vale todo con tal de ser aceptados?

Coco.

Fuente de la fotografía: Pinterest.

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