EMILIO Y BERNAT

Hace unos días leí que dos fotorreporteros españoles han sido premiados con el Pulitzer por su cobertura de la guerra en Ucrania. Según decía el artículo el premio es “un reconocimiento al valiente trabajo hecho para dar cuenta de la matanza de civiles en la invasión rusa de Ucrania».
Las imágenes son durísimas, lo confieso. Y que estos tipos están hechos de una pasta especial son hechos comprobados. Se mueven en escenas muy dramáticas, captando imágenes que quedarán con nosotros por los siglos de los siglos porque todo el horror que recogen nos seguirá mirando pase el tiempo que pase. A través de sus fotacas vemos invasores disparando contra civiles, el descarnado llanto de una madre, la vida diaria en las trincheras, la destrucción de ciudades enteras, los escombros y el sufrimiento de mujeres embarazadas y de pequeños, mayores y jóvenes…lo que nos recuerda que la guerra sigue ahí y cada vez con más crudeza. Y para que los demás sepamos en qué momento se encuentra el conflicto y no olvidemos lo que está pasando muy cerca de nosotros, Bernat y Emilio (así se llaman nuestros protagonistas) han vivido semanas y meses interminables con la angustia en la garganta. Porque para ellos la única forma de luchar contra la guerra es haciendo fotos que muestren la realidad de lo que allí está pasando. Si os paráis sólo un momento para analizar sus fotografías, veréis que hay daños que nunca se podrán recuperar. Que hay familias que lo perdieron todo -incluidos sus seres más queridos- y mogollón de gente en medio de los bombardeos que se tienen que resguardar cada rato y permanecer encerrados en sótanos durante horas que se les hacen eternas.
A pesar de no sé cuántos paquetes de sanciones contra Rusia, a pesar de la ayuda externa que están recibiendo ambos países para seguir guerreando en lugar de buscar una solución, seguimos sin ver el final. Y es que quince meses después seguimos viendo -impasibles la gran mayoría- una cantidad espantosa de daños, muertes y mucho dolor. Un conflicto que parecía impensable en este siglo pero que se ha llevado por delante a más de ocho millones de refugiados o que -por ejemplo- ha dejado sin agua a más de un millón y medio de personas que hoy, en este momento, están recurriendo a fuentes de agua contaminadas.
El problema es que nos hemos acostumbrado a la guerra de Ucrania salvo cuando salen noticias como la del Pulitzer que nos la devuelve a la retina y nos hace pensar en lo que allí sigue pasando (aunque solo un rato, todo sea dicho). Una guerra que ha tenido, tiene y tendrá muy graves consecuencias no sólo para rusos y ucranianos. Las consecuencias serán para todos. Para nosotros también. Sin embargo, no sé qué narices nos pasa, pero poco a poco a lo largo de estos quince meses hemos ido arrinconándola, hemos perdido el interés. Cada día que pasa le prestamos menos atención. Como mucho la comentas en la sobremesa. Y no sólo nos pasa a la opinión pública. También a los medios de comunicación. Ya no abre telediarios ni sale en portadas. Parece que la vida sigue igual que antes de su estallido…y no. ROTUNDAMENTE NO. La guerra sigue y está ahí. No lo olvidemos.

P.D.: No puedo terminar sin darle las gracias a Emilio Morenatti y a Bernat Armangué por recordarme que la vida no sigue igual…ni será igual cuando esa guerra acabe.

Coco.

Fuente de la fotografía: Google.

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