¡A LA MIERDA LA PLANCHA!

Poner la lavadora. Ir al trabajo. Atender alexia. La compra semanal (o de cada 2 días). Cambiar la cita del dentista para encajarla entre las actividades extrescolares de tu hijo. Anotarte las fechas de caducidad de los DNI. Negociar con el seguro. Hablar con el banco. Ordenar armarios. Recoger las lavadoras tendidas. Llenar la nevera. No olvidar cumpleaños, santos ni fiestas de guardar (y quedar bien). Responder los correos, los whatsapp y devolver las llamadas. La tintorería. Cargarle al niño el bonobus. Poner el ticket al coche (¡o pobre de ti!). Ir a la gasolinera 3 veces por semana (dato importante. Ahí lo dejo). No olvidar la merienda para la salida del cole. Elegir depilarme o lavarme el pelo (las dos cosas a la vez es misión imposible). “¿Los deberes, has estudiado, te lavaste los dientes?” o” Deja la play, revisa la mochila, apaga la luz” … y así hasta donde cada una quiera.

Esta retahíla no es otra cosa que una pequeñísima parte de la agenda de muchas, muchísimas, mujeres de hoy. Mujeres que no llegamos a todo: nuestra gran asignatura pendiente. Y es que estas exigencias, obligaciones o tareas (cada una que lo defina como quiera) que cargamos a nuestras espaldas van, pico pala pico pala, haciéndonos sentir malas madres, malas mujeres y -sobre todo (lo que más daño nos hace)- no estar a la altura de lo que se espera de nosotras.

Nos hemos equivocado. Hemos pensando que podemos dejar a un lado nuestra felicidad para que nuestra gente sí lo sean. Pensamos que el éxito de que una casa funcione (o el fracaso) depende de la dedicación y el esfuerzo que cada una haya puesto. Hemos pensado que somos egoístas por sacar tiempo para algo nuestro -o eso nos han hecho ver- en vez de ponernos al final de la lista. Al fin y al cabo, es el concepto con el que nos han educado: con la culpa. La culpa nos ha seguido siempre como una sombra, desde que el bebé asomó la cabeza hasta más allá. Diría que el bebé ya tiene abundantes matas de pelo repartidas por todo el cuerpo y la culpa ahí sigue, dale que dale. Y digo yo: si se te vuelve a amontonar la faena… ¿Qué pasa? ¿Que no planchas? ¡A la mierda la plancha! ¡Si no llegamos, pues no llegamos! ¡Con lo bonita que es la imperfección!

Debemos librarnos de ese perfeccionismo tan tóxico, de ese afán por llegar a todo y hacerlo todo bien. Librarnos de esa sensación donde la explotación viene únicamente de ti, autoexigiéndote hasta la extenuación, pensando día sí y día también que el éxito de la máquina doméstica depende de una misma y que si nosotras, parte fundamental del engranaje, no activamos bien la maquinaria…se va todo al carajo. Librarnos de creernos un puzle en el que, si una de las piezas no encaja, el resto se quedarán descolocadas. Librarnos de ese sensación de vivir en un Tetris. Librarnos de esa impresión constante de haber olvidado algo, de estar haciéndolo mal. Librarnos de irnos a la cama con un mal rollo que no te deja dormir, sintiéndote culpable por dedicar un rato a ti y haciendo repaso para mañana poder hacer más y mejor. Pero llega mañana y de nuevo…las horas no dan.

Y debemos librarnos de todo eso y más porque los años pasan para todas y si una no se ayuda a sí misma…lo acabará pagando.


Nos lo debemos.

Coco.

Fuente de la fotografía: Pinterest.

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