Yo también

Yo también, me too, so did I, moi aussi…

Puedes decirlo como quieras, pero casi todas nosotras lo hemos vivido. En mayor o menor medida, lo hemos vivido.

Sabes perfectamente de lo que hablo, ¿verdad? Si no lo sabes, sigue leyendo. Y si lo intuyes, también, tal vez identifiques alguna situación con la que te hayas encontrado a lo largo de tu vida.

Vaya por delante que como la mayoría de mujeres hasta hace bien poco he pensado que estas situaciones no tenían importancia, pero el otro día al verbalizarlas me di cuenta de que no eran ninguna nimiedad.

La primera situación que recuerdo ocurrió cuando yo era adolescente. Aún no salía de noche, pero iba a cenar a casa de una amiga que vivía cerca o venía ella a mi casa, y después «nos acompañábamos» hasta mitad de camino. Una de esas noches, cuando nos estábamos despidiendo en la esquina de al lado de casa nos percatamos de un coche que estaba parado a escasos metros de nosotras. Desde el interior del coche un individuo abrió la puerta para que viéramos donde tenía las manos. Fue tal la impresión que nos llevamos y el grito que pegamos que la adrenalina nos dio energía para salir corriendo hacia mi casa donde mis padres después de escuchar nuestro relato decidieron acompañarnos para darnos seguridad y comprobar que el coche ya no estaba.

Años más tarde, recién estrenada la vida laboral, con 19 años recién cumplidos, todas las mañanas cogia el cercanías, con la mala suerte de que ese verano la estación estaba de obras y mi llegada coincidía con el momento del café de los obreros. El primer día, aguante estoica el «Buenos días, guapa», pero a la semana de que los comentarios cambiaran a «Que sería vas, con lo guapa que eres y nunca nos dices nada» no pude más y lo comente en mi casa. Mis padres no daban crédito pero al día siguiente madrugaron y me acompañaron a la estación. No iban conmigo, sino unos pasos más atrás para poder comprobar lo que se había convertido en mi tortura diaria.  Como era de esperar volvió a pasar, y me consta que después mis padres les recordaron que ellos seguramente tendían hijas a las que no les gustaría que trataran del mismo modo. Al día siguiente ya no volví a ir en tren.

Ya en la veintena, en trabajos veraniegos en la banca de los 90, nuevas situaciones a resolver. Un jefe que preguntaba que cuando me iba a poner falda para ir a trabajar mientras miraba lascivamente, o que me pedía ordenar el armario de delante de su mesa, o que se me insinuaba directamente con un «si tú quisieras». Yo ya me había hecho fuerte, pero aún así nunca le agradeceré suficiente a aquel Ángel de la Guarda que apareció un día en Altea la Vella para ver cómo iban las cosas, que me mandara a Calpe a una oficina en la que el equipo era igualitario.

Mención aparte merece el «señor» si es que se le puede llamar así, que dejaba pasar su turno para que le atendiera yo, y así mientras me miraba el escote alababa mi bronceado y me preguntaba cuál era mi playa favorita. Mis compañeros se dieron cuenta y además de avisarme en cuanto le veían aparecer para que yo me escondiera le dieron alguna que otra reprimenda… pero el «señor» se quedaba tan pancho.

Despues de esto he sido capaz de decirle a otro jefe que hiciera el favor de mirarme a los ojos mientras me hablaba, que el dibujo de mi camiseta no era de su incumbencia, pero aún así, desterré mis camisetas estampadas y relegué los escotes a lo más profundo del armario.

Son situaciones cotidianas y somos muchas las que las sufrimos o las hemos sufrido en algún momento de nuestras vidas. No nos sentimos orgullosas de ellas, más bien al contrario. Las ocultamos, nos dan vergüenza cuando nosotras no hemos hecho nada malo.

Hasta ahora no había sido consciente de que estas cosas son denunciables, y no hablo de juzgados. Hablo de sacarles los colores a estas personas que piensan que solo por qué son hombres tienen derecho a tratarnos así. Que todo el mundo sepa que estos personajes no están sacados de un cuento, que están ahí, a tu lado, que pueden hacer sentir mal a alguien y quedarse tan panchos.

Ya está bien de aguantarlos y de callarnos. Defendamos nuestros derechos y eduquemos a nuestros hijos para que vean a las mujeres como iguales, sin filtros. Entonces y solo entonces estaremos en paz.

Reyes

Fuente de la imagen: Pinterest

 

 

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2 COMENTARIOS

  1. Muy cierto, Reyes, con las anécdotas de cada una de nosotras haríamos una película de miedo… No es justo que sintamos acoso en la calle, el supermercado, el trabajo y que haya gente que diga que la igualdad ya existe y no sabe de qué nos quejamos… No es justo que tengamos que aprender a defendernos o cambiar nuestra ruta al trabajo para evitar el peligro… Queremos libertad, no valentía… que también la tenemos. Hay que hablar de esto, ahora que todo el mundo se hace eco, a pesar de que muchas personas, algunas mujeres incluidas, se empeñan en afirmar que es una moda y cuestionarnos por no haberlo dicho antes. Hay que hablar de ello y señalar al depredador, que sea él el acosado por la sociedad, el condenado, el denunciado públicamente en los medios. Unamos nuestras fuerzas para gritar cuando veamos una situación así, no volvamos a mirar para otro lado normalizando estos comportamientos.
    Desde la Liga de las Mujeres Profesionales del Teatro de la que soy portavoz hemos elaborado un manifiesto contra el acoso en nuestra profesión. Te pego aquí el enlace del artículo que nos ha hecho el País Digital por si le quieres echar un vistazo y apoyarlo con tu firma.
    https://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=9&ved=0ahUKEwiJmd6XkvHXAhVBnxQKHfJED2QQFghZMAg&url=https%3A%2F%2Felpais.com%2Fcultura%2F2017%2F11%2F14%2Factualidad%2F1510654228_383550.html&usg=AOvVaw0Jk6XYyfntTKwhxlxlxYlR
    Un besazo

    • Manifiesto firmado! Gracias por tu comentario, Sara. Espero que entre todas consigamos que la generación que viene detrás no tenga ni idea de los que hablamos.
      Un beso

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