Un campo de minas.

El que esté libre de ellos que tire la primera piedra.
Hablo…de los errores.

Existen desde que el mundo es mundo. Y el mundo es así gracias a la suma de uno detrás de otro, aunque si vas preguntando por ahí verás que a nadie le gusta cometer errores por mucho que sea lo más normal del mundo. Por lo menos así me lo enseñaron en mi casa: que del error se aprende. Pero de un tiempo a esta parte compruebo que como asomes la patita por el lado que no toca, rápidamente ruedan cabezas. Y esto sirve para cualquier cosa que hagas o dejes de hacer. A veces hasta estamos en racha y la metemos todos los días…por lo menos yo. Y como suele pasar, si metes la pata, ahí estará el listo o la lista que todo lo sabe, y NUNCA ha fallado, para hacértelo notar. Últimamente veo que al más mínimo tropezón nos castigamos los unos a los otros sin compasión. Y claro, tanto va el cántaro a la fuente que ya no aprendemos ni cuando nos equivocamos.

Vivimos en la cultura del perfeccionismo, nos hemos ido exigiendo cada día más, buscamos desesperadamente cumplir las expectativas del vecino de Instagram…o de la suegra. Y en este mundo de exigencias algunos parecen estar tocados con una varita mágica especializada en detectar los errores ajenos. Otros directamente están al acecho. Y cuando el desliz, el traspiés, o la metedura de pata salta a la vista, se relamen de gusto sacándolo a relucir y restregándotelo en la cara. Ya sabes eso de la paja en el ojo ajeno. Y para más inri, cuanta más gente haya delante mucho mejor para ellos porque no sólo verán la paja, verán el granero entero. Así que con este panorama tan “enternecedor” no me extraña que, con tal de no pasar por el escarnio, la reprimenda y la vergüenza, cada vez nos cueste más decir “me equivoqué”.
Afinando la puntería un poco más diré que en este campo de minas las peores somos las mujeres. Somos nosotras las más intransigentes en eso de no permitirnos (ni permitir a la prójima) cometer errores. Incapaces de ver todo lo bueno que hay en las demás y entender que sus errores son parte importante de nuestra naturaleza humana. Y me gustaría saber por qué las mujeres somos así con todo lo que hemos luchado a lo largo de los siglos, aunque creo que algo tiene que ver con los cánones impuestos por la sociedad desde tiempo inmemorial y que aún no hemos superado. Y, cómo no decirlo, porque somos nuestro mayor obstáculo. Nadie va a ser más crítica conmigo que yo. Otra barrera más. La más importante, quizás. Porque, y ahora hablo de mí, cuando esto pasa enseguida asoman por mi cabeza la culpa, el pavor, los bloqueos…todo esto sin evitar pensar en mi derecho a equivocarme. ¿Dónde quedó mi derecho a vivir sin el miedo a hacer las cosas mal?

Seamos más compasivas con las cagadas de otras. ¡Dejad de apuntar con el dedo! ¡Es una trampa! Porque hoy es la mujer que tienes en frente pero mañana puedes ser tú. Y en toda metedura de pata hay una lección. Para quien la mete y para quien castiga. Y porque cuando nuestros errores son públicos y sabemos que, en algún lado, en algún rincón o detrás de una cortina, hay alguien dispuesto a relatar con todo lujo de detalles nuestro traspiés, también alguien puede descender a los infiernos y sin billete de vuelta. Lo cuento así porque lo conozco de primera mano. Sé de personas que nunca lograron salir. Y sé de otras que aún siguen intentando levantar cabeza.

Y porque allí donde estemos los humanos…habrá errores.

Coco.

Fuente de la fotografía: Google.

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