Historias anónimas…pero únicas.

Me ha costado mucho escribir este post. No sé si porque me parece injusto que la enfermedad y el dolor reparta leña siempre a los mismos, por la dureza de las historias, porque conozco las vidas y los milagros de las y los protagonistas, porque mientras escribía me daba cuenta de la frivolidad que nos rodea…sinceramente no lo sé.

Todos sabemos de personas que está atravesando duros, durísimos momentos de salud. Hasta aquí el pan de cada día. Nada que no se salga del guion de la vida misma. Pero la parte de la que hoy quiero escribir no es tanto la de los enfermos, que también, sino de las personas que les acompañan, los que sufren su lado y hacen de tripas corazón mientras les cuidan. Porque siempre, o casi siempre, detrás de un paciente…hay alguien que le cuida. Y es que flipo cuando me encuentro con ellos en el supermercado o por la calle, cuando charlamos por teléfono, cuando les escucho relatar los tratamientos y operaciones que están viviendo sus seres queridos. Su entereza, la sonrisa permanente -aunque tengan los ojos tristes- y ese tono de voz conciliador que transmite optimismo -aunque todos sabemos que la procesión va por dentro- me parte el alma y me hace reflexionar a partes iguales.

Cuando la enfermedad aparece, uno cae y todo cambia. Y cada día que pasa, más se cae. Y no solo cae el enfermo, cae el que está a su lado también. No olvidemos esto nunca, porque no hay nadie que cuide a los que cuidan. También para ellos surge el miedo, el enfado, el desconsuelo, la desesperanza…pero todo esto sólo es horrible si lo imaginas así. Y ellos no lo hacen.

Cuando estoy con ellos veo luchadores como el que más. Porque cuidar significa luchar sin capa ni espada por aquellos que quieres. No se rinden. No saben lo que es eso. Simplemente dejan de lado sus vidas por las de otros y se quedan, al pie de la cama, guardando silencio a pesar de que los sentimientos de tristeza, ansiedad y estrés les atrapen. Ahí se quedan…esperando.
Cuando estoy con ellos veo entrega sin condiciones. Porque cuidar significa dormir con un ojo abierto y otro cerrado en una silla, o en un sofá, pendientes de un gesto o de un suspiro. Y así dormirán sin saber hasta cuándo. No importa el tiempo que eso dure. Sólo importa estar cerca de su enfermo querido. Sin prisas.
Cuando estoy con ellos veo fuerza…y veo garra. Veo fuerza porque deben ser fuertes para que los enfermos también lo sean. Ni se les ocurre llorar. Salen llorados de casa. Y cuando lo hacen, lo hacen a solas. No saben lo que es la impotencia y si alguna vez asoma la patita, ya se encargarán ellos de esconderla para que nadie les vea flaquear. Y también veo garra cuando estoy con ellos porque se aferran al lado positivo de las cosas con uñas y dientes, manteniendo el sentido del humor cueste lo que cueste. Todo un desafío.

Todos ellos son el antídoto frente al desánimo. Su paciencia no tiene fin. Saben esperar, respetar el ritmo, escuchar y consolar, estar atentos a lo que les dicen…y a lo que no. Siempre alerta. Y sacando lo mejor que tienen en los tiempos donde el culto al YO domina el mundo.
Todos ellos son historias anónimas…pero únicas. Cada compañero de fatigas, un ejemplo a seguir. Y todos ellos sin dejar de repetir: “Estoy a tu lado”.


P.D.: Porque de eso se trata. De acompañar…hasta el final.

Coco.

Fuente de la fotografía: Pinterest.

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