«¡Qué injusta es la vida!», es la frase que mas he escuchado en los últimos días, y con toda la razón.
Qué injusta es cuando nos arrebata las esperanzas, cuando nos muestra su cara más cruel y nos produce el dolor más profundo.
Qué injusta es, que ni las religiones son capaces de encontrar un por qué lógico al sufrimiento.
Qué injusta cuando se lleva a un niño de dos años que inundaba de alegría todo su entorno.
Qué injusta cuando deja tantos corazones rotos, tantas lágrimas y tantos buenos deseos convertidos ahora en recuerdos en los que buscar consuelo.
Qué injusta es la vida y sin embargo que bien la tratamos.
La vivimos con intensidad, y cuando más duro es el golpe, la regalamos. Como esos padres valientes que con su pérdida han dado vida, esperanzas y un nuevo comienzo a otras familias que también estaban sufriendo, haciendo que la marcha de su hijo haga felices a otros, dejando un legado de vida que nos sirve a todos de ejemplo de entereza y generosidad difícilmente entendible en determinados momentos.
Ellos son para mi unos héroes, y una muestra de cómo somos capaces de dar nuestra vida por los nuestros. Nunca una madre debiera sobrevivir a sus hijos, pero en ocasiones ocurre, y seguiremos diciendo que nos parece injusto, terrible y profundamente doloroso.
Solo una madre puede saber en estos casos lo que su hija sufre, y solo una hija puede encontrar alivio en esa madre, y más aún si es de la que os hablo, que lleva por nombre Consuelo.
No os quede duda de que juntas serán capaces de superarlo todo. Se apoyarán la una en la otra, llorarán, rabiarán y se lamentarán, pero saldrán de esta como madres coraje que son, y nosotros estaremos ahí para ayudarlas en lo que podamos.
Que injusta es la vida, que no nos deja elegir los sentimientos.
Reyes