MENSAJE RECIBIDO

Ayudar a los demás a mejorar sus condiciones de vida sin pedir nada a cambio, sólo por amor a la humanidad, forma parte de la generosidad que cada uno lleva en sus genes. Sea por la causa que sea, este ejercicio solidario ha sido, y sigue siendo, el lugar perfecto donde muchas personas han puesto en escena su papel benéfico. Y, desde siempre, estas causas han tenido como protagonistas a las mujeres. De hecho en el mundo hay más mujeres que hombres en eso de poner voz a aquellos que no la tienen.

La ayuda al prójimo y el altruismo, en su origen, fue un espacio para las damas de alto rango. Sin embargo, además del espíritu de solidaridad, para algunas de ellas esto sólo significaba poder salir de sus casas, figurar y tener algo de protagonismo. Afortunadamente ese papel de la mujer en esta parcela de la vida, a día de hoy, sigue ganando peso pero…de otra manera. Y la clave no está únicamente en cuánto donan sino en cómo lo hacen. Porque la solidaridad tradicional, esa que practicaban las que no trabajaban fuera de casa y podían dedicarse a ello, ha muerto.

Actualmente son millones de mujeres las que tienen, o tenemos, menos tiempo y no son tan conocidas ni reconocidas por el resto. Hablo de aquéllas que no son ricas ni empresarias, que trabajan por cuenta ajena y se cargan de kilómetros y horas de trabajo a sus espaldas, sin ayuda doméstica y con tantos hijos o más que las más pudientes.

Dicho esto, que el humanitarismo es fundamental en nuestra sociedad está más que claro. Hay espacio para todos. Sin embargo, en los últimos días he visto cosas que me hacen pensar que estoy equivocada en este asunto. Siempre pensé que el propósito era buscar el progreso de la humanidad y tratar a los demás como quisiéramos que nos trataran a nosotros. Y que todos, absolutamente todos, podemos ponerlo en práctica de la manera que sea. Es más, el compromiso social tendría que ser un deber universal pero, ojo, en la medida en la que cada uno pueda. Sólo tenemos que buscar la causa en la que poder ayudar y el tiempo que le podamos dedicar. Yo misma he visto cómo en muchos casos se hacen esfuerzos absolutamente titánicos para ofrecer un mundo mejor a los más desfavorecidos. Pero últimamente también he comprobado que lo que algunas priorizan es únicamente alcanzar un exhibicionista reconocimiento social por puro narcisismo. Esto es lo que ha hecho que para muchos la maquinaria esa de “higiene espiritual” se haya convertido en una falsedad. O dicho en clarito para que se entienda: “gente que practica la solidaridad para ver quién la tiene más larga”.

¿Es realmente eso lo que necesita la humanidad?

Desde niña he visto cómo la gente da dinero a los pobres (para aliviar sus almas) o cómo han acudido a hospitales a lavar culos (mientras hacen un minucioso inventario de las joyas que lleva la vecina y luego ponerla “verde”). Con todos mis respetos hacia aquéllas que SÍ se han dejado literalmente la piel por los demás, creo que el bienestar espiritual de esas que he visto desde niña venía del poder que les da tener pasta y no currar, pero no de las ganas de remediar el mal de otros. Hablando claro: Ponían en marcha la maquinaria de “higiene espiritual” para tranquilizar sus conciencias. Algunas, siento muchísimo decirlo, están más preocupadas por su propia reputación y notoriedad social que por facilitar la vida a aquéllos que lo necesiten. Por supuesto que las hay que hacen un gran trabajo desinteresado y solidario buscando recursos para dar soluciones a los problemas de los colectivos más desfavorecidos pero…donar no es dar lo que te sobra sino lo que otros necesitan. Como dijo Steinbeck “no hay mejor razón que una mala conciencia para saltar a la ayuda del más débil”.

Cuando me ofrecieron la posibilidad de colaborar en este tipo de acciones, al principio, me avergonzaba ser una voluntaria de “segunda” pero me hicieron ver que muchas causas importantes en el mundo se sostienen gracias al compromiso y aporte de miles de donantes pequeños. Que cada uno de nosotros puede contribuir en mayor o menor medida. Me repitieron, una y otra vez, que lo importante es tener buenas intenciones. Estaba convencida, porque así también me lo hicieron creer, que todos podemos (a nuestra manera) dar y donar tiempo y dinero…pero, he aquí mi sorpresa, siempre habrá alguien que subestimará el poder de las pequeñas acciones. Personas que dan su opinión sobre nosotros o sobre nuestra vida aunque nadie se la haya pedido y que, hagas lo que hagas, les dará igual. Siempre habrá uno que desprecie tu aportación, sea grande o pequeña, porque esas simples y sencillas acciones tuyas no cumplen sus expectativas. Suelen ser opiniones cuyo único fin es hacer daño o menospreciarte porque, para ellos, juzgar a otro es la manera más fácil de sentirse superior y, a la vez, sentirse mejor con uno mismo (ya decía Goethe que “es un gran error creerse más de lo que uno es o menos de lo que uno vale”) ¡Ni Amancio Ortega ha conseguido salvarse de las críticas cuando ha hecho millonarias donaciones!

Ese problema suele viene de la mano de personas disfrazadas de humanitarias que presumen de ser mejores que el resto. Ojo, no soy yo quién para valorar las intenciones de cada una de ellas pero las hay que quieren hacer caridad y para eso hacen uso de una evidente empatía solidaria que es puro postureo. Usan su generosidad como si fuera un escudo. De hecho, una de las principales críticas al falso altruismo es porque es la cara visible de la hipocresía social, esa que algunos practican realizando favores no para hacer el bien sino para alimentar su propio bienestar moral.

Querida: Los verdaderos valores del ser humano pasan por el respeto de las libertades personales. Ninguno de los que estamos aquí es perfecto. Tú…tampoco. Necesitas aprender a criticar no desde la venganza sino desde el respeto. Cuidado con lo que haces porque eso nada tiene que ver con la solidaridad. No se trata de que tú te sientas bien contigo misma y puedas presumir de lo buena persona que eres y lo mala que soy yo. La gente feliz no habla mal de los demás. Lo que estás haciendo con esos arranques de desprecio hacia otros, o hacia mí, es practicar la bondad interesada basada en la idea corrompida de superioridad. No le pongas tanta atención a las cosas que hacen o dejan de hacer los demás. Mejor presta atención a lo que tú haces o dejas de hacer (esto creo que lo dijo Buda). Con el rencor sólo vas a conseguir que se altere tu estado de salud. Recuerda: Humildad es la palabra que debes tener siempre presente. La Madre Teresa de Calcuta, en su momento, nos dijo que “quien dedica su tiempo a mejorarse a sí mismo no tiene tiempo para criticar a los demás» y ¿qué mejor manera de practicar la bondad que mejorándonos y superándonos a nosotros mismos en vez de criticar a otros? Si quieres ser voluntaria…aprende de los verdaderos voluntarios.

Los que buscan, o buscamos, una sociedad justa y equilibrada debemos luchar contra esos pensamientos. Hoy las ONGs cumplen una función trascendental pero algunos de sus integrantes deben dejar de lado su falso y egoísta compromiso. Y lo mejor que debemos hacer el resto de «segundones» frente a esos especialistas en las debilidades y miserias del prójimo es no gastar el tiempo con ellos. No se merecen ni un segundo en escucharles ni, por supuesto, intentar convencerles para que respeten tu dignidad y tus valores.

En fin. Visto lo visto, de este tipo de personas es mejor alejarse porque nos intoxican. El precio de vivir en tranquilidad es tan alto que he llegado a la conclusión de que no debo permitir que nadie me dañe la moral.

P.D.: Mensaje recibido.

 

Coco.

Fuente de la fotografía: Pinterest.

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2 COMENTARIOS

    • ¡Muchas gracias María!
      ¡Necesitaba hacer esta reflexión porque estoy hasta las narices de las «falsas samaritanas»!
      Pero también quiero hacer constar mi profundo reconocimiento a todas aquéllas personas que realmente hacer una labor social de esas de quitarte el sombrero.
      ¡Un fuerte aplauso a todas ellas!

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