Hoy traigo malas y buenas noticias.
La mala: el número de listillos que se creen dueños de un gran talento no ha parado de crecer en los últimos años. Ese “yomimeconmigo“trumpista y enfermizo que sufren se ha expandido por el planeta llevando la mediocridad como tarjeta de visita.
Dicen que es el mal del siglo XXI. Y así es. Lo estamos viendo en muchos sitios. No tienes más que mirar a tu alrededor para ver cómo cada día hay más gente a la que le sobra cantidades ingentes de prepotencia, soberbia y, sobre todo, falta de modestia. Esos que se pasan el día hablando de lo mucho que trabajan y de lo mucho que valen. Esos que en cuanto te pillan desprevenida te relatan, con puntos y comas, todo lo que hacen y lo imprescindibles que son. Y cuando no lo cuentan, ojito, porque lo que están haciendo es coger aire para…volver a empezar.
Es curioso ver lo fácil que algunos de ellos, con ese afán desmedido por subirte al carro, pierden el norte cuando les ponen la medalla. Otros lo tenían perdido hace mucho tiempo y al ser tocados con la varita mágica sacan su verdadero yo. De todo hay en las viñas del Señor.
Los psicoanalistas dicen que ésta práctica es un escudo contra la inseguridad. Que sólo es el puro reflejo de alguien que, en contra de lo que pudiera parecer, está escondiendo su infelicidad o es muy inseguro y con la autoestima bajo mínimos. Y si ellos lo dicen, no seré yo quien diga lo contrario. Lo que sí les digo es que cuando ya tienes cierta edad soportas menos cosas. Y yo, por ejemplo, cada vez soporto menos la facilidad que tienen algunos para alimentar su ego a costa de creernos gilipollas a los demás.
Su culto al ego se ha convertido en un problema que va más allá de fanfarronear de vez en cuando. Siempre en busca del minuto de gloria, con una idea distorsionada de sus méritos, están enfermos por mostrar su popularidad. Y están tan enamorados de sí mismos que les pone ser admirados y, precisamente por eso, necesitan hacerse notar a todas horas. Por eso y porque el ego es ciego, no ven que ese postureo arrogante no va a ocultar ni un ápice su incompetencia. ¡Oigan, que la medalla no hace milagros!
Si alguien se ve reflejado en este perfil, pero aun así piensa que esto no va con él, desde ya les digo que afortunadamente el mundo sigue siendo imperfecto. El ego es nuestro peor enemigo. Así que… ¡a espabilar! Nunca menospreciéis a los demás. Dadnos razones para prestaros atención. Porque no se trata decir, día tras día, que sois la leche sino de hacer que seamos nosotros quienes lo digamos. Y tampoco se trata de sobresalir a toda costa, sino de hacerlo cuando tengáis motivos para ello. Ser famoso es sólo una parte de la ecuación, pero no la más importante. Demostrar vuestro valor es lo que de verdad importa.
La buena noticia es que los fallos sirven para aprender. Hoy eso aún sigue existiendo. Y siempre es posible empezar de nuevo. Me gusta pensar así. Me reconcilia con la raza humana. Por eso espero algo más de vosotros que la medalla que lleváis colgando vete a saber por qué. Vosotros sois vuestro mensaje y cada decisión cuenta. Y si no lo hacéis bien, los que sufrimos los autobombos día sí y día también, os pillaremos más pronto que tarde y no nos dolerán prendas en demostrar lo vacíos que estáis por dentro.
Coco.
Fuente de la fotografía: Pinterest.