Cuando era una jovencita me sabía decenas de canciones de memoria y el listín telefónico de mis padres. Ahora soy incapaz de lo uno y de lo otro y no será porque no le pongo ganas.
Para algunos es un gran fallo que tenemos los humanos. Tiene muy mala fama y está, incluso, mal visto. Para los que saben de esto es, simplemente, un proceso natural y necesario. Dicen que nuestros recuerdos no se van volando así como así. Lo que pasa es que hay recuerdos que sobreviven el paso del tiempo mejor que otros y el cerebro utiliza esos fallos de memoria para eliminar información que no nos hace falta.
Toda esa estrategia que la cabeza pone en marcha con los olvidos y los recuerdos ayuda bastante ya que el olvido es un potente mecanismo de defensa natural y muy humano ante, por ejemplo, el dolor. Si pudiéramos recordar detalle a detalle el daño que nos han hecho alguna que otra vez, sería muy difícil ( por no decir imposible) perdonar. Pero el olvido así sentido, y ahí quiero llegar, también es un autentico regalo al alcance de unos pocos.
Cuando reconoces todo este rollo que acabo de meter, tienes 2 opciones: puedes vivir lamentándote de tu falta de memoria o dedicarte a aprovechar al máximo lo que te quede de ella.
Yo, que voy de positiva día sí y día también, creo que olvidar es bueno. Hay determinados recuerdos que no me hacen falta ni necesito y si recordase absolutamente todo es más que probable que me volviera loca. Y si pasara al revés, que olvidara absolutamente todo, estoy convencida que podría volver a empezar de cero aunque ( y aquí viene ¿lo malo?) volvería a cometer los mismos errores.
No es posible olvidar todo. Ni quiero. Reconozco que hay que ser de una pasta muy especial para perdonar determinadas cosas y no olvidemos que la rabia y la ira también son muy humanos. Pero, como decía Borges, “no hay otra venganza que el olvido” y yo añado que si no eres capaz de perdonar, practica más eso de olvidar.
Sobre todo…para que el dolor no te pueda.
Coco.
Fuente de la fotografía: Pinterest.