Dicen que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, (digo yo que será para pedirle que deje de hacerlo), y lo mismo nos pasa con la salud. No nos acordamos de ella mas que cuando nos falta.
Pasan los días y no nos paramos a pensar en si todo funciona bien, ni siquiera en cuidarnos para que todo funcione bien, a excepción de los hipocondríacos y de los absolutamente concienciados con la vida sana.
Vamos, que lo normal es que vayamos renqueando, nos dejamos llevar por el día a día y si nos duele la cabeza, ¡paracetamol al canto!, pero no le damos más importancia. Lo que nos preocupa es seguir nuestro ritmo habitual y no tener que pararlo por un resfriado o un por un dolor muscular.
El problema viene cuando esas pequeñas cosas se convierten en algo más. En ese caso tampoco queremos que nuestro ritmo pare, no queremos dejar de hacer las cosas que según decimos «nos mantienen vivos», el trabajo, el deporte, salir con los amigos… Ay! Qué equivocaditos estamos!
Lo que nos mantiene vivos es cuidarnos todos los días, comer bien, movernos, y sobre todo no estresarnos, planificar y hacer las cosas con tiempo y «no coger disgustos», ¡esa es la clave!.
Y si hay que parar, se para, que el mundo va a seguir girando. Que si te tienes que quedar en tu casa por una bronquitis, te quedas, que si tienes que estar a reposo porque traes una vida en camino, pues reposas, que si tienes que pasar por el hospital para una puesta a punto, pues pasas por el hospital y saludas a los amigos que allí trabajan.
Nada hay mas importante para ti que tú, o al menos así debería ser. Sobre todo porque si tienes que cuidar a otros tienes que estar al 100% y como no te cuides tú, a ver quién se va a ocupar de los tuyos.
Reyes