Un año entero esperando que llegara el momento y…ya pasó. Se acabó lo que se daba. El otoño es oficial.
Las vacaciones y el verano hay que tomárselos muy en serio. Y, sinceramente, es muy difícil hacerlo sin sentimiento de culpa. Ya no sabemos cómo aburrirnos. No sabemos perder el tiempo lejos de una pantalla y dejando hueco al aburrimiento. Aburrirse es muy sano, aunque para algunos suene mal. Para otros es su refugio o…una celda. Creo que, según se vaya la copla, es un verdadero ajuste de cuentas. Necesitamos tiempo para relajarnos, pisar el freno y disfrutar de eso que hace que uno se sienta bien. Y no hay nada malo en de ello.
Haciendo los bártulos una de las cosas que más me apetecía era aburrirme. Vaguear hasta gastarle el nombre. Cansarme de no hacer nada. Y lo conseguí. Hice uso y abuso de la vagancia. O ganduleando, como dicen en mi pueblo. Y lo hice sin sentirme culpable (que es lo más difícil). Día tras día. Hora tras hora. Ojo, sin despertador. Si no, no vale.
Perder el tiempo es necesario. Pero hay que perderlo y no hacer nada. Olvidarse de todo. Ni siquiera pensar. Que la vida vaya más despacio. Sólo sintiendo, apagando el ruido de fondo y cuidando los unos de los otros para poder descansar de verdad de la buena. Vivir improvisando. Colgando el cartel de «No molestar» y disfrutar del noble arte de descansar.
Llegados a este punto, cada uno con sus vicios veraniegos. ¿Los míos? Vivir a remojo. Del pijama al bañador y del bañador al pijama. Tener arena hasta en las orejas. Sestear sobre la colchoneta siguiendo el vaivén del mar. Tocarme la barriga…o los pinreles. Embobarme mirando a la pared. Terminar ese libro que nunca acabé (o no). El aroma a galán de noche y jazminero del patio de mi casa. Este año, ver brotar tomates de una tomatera que nadie sabe cómo llegó hasta allí. Bajar las revoluciones, dándole más a eso de dormir hasta que me dio la real gana. Comer cuando tenía hambre…o algo parecido a la gula. Saboreando mis veranos de siempre. Pero que nunca son iguales.
Y como todo lo bueno se acaba, las vacaciones no iban a ser menos. El bajón ya está aquí. Fuera chanclas. La piel morena se torna amarilla y va cayendo a trocitos cada vez que pasas por la bañera. Pero no importa. Merece la pena. Volver a la rutina sin morir en el intento tiene su punto. Hola remo. Hola gym. Hola agujetas. Coger los pinceles otra vez. Toca estrenar lista de propósitos e intentar aprender algo nuevo. Algún cambio siempre viene bien por pequeño que sea. Y tener sorpresas que animen el cotarro también son bienvenidas.
Aunque las mejores fotos se quedan en mi retina, de vez en cuando tiraré de carrete para no olvidar y decir: “Gracias verano. En vacaciones nunca defraudas”.
Coco.
El por qué de la imagen:
Pues porque el verano me ha regalado unos tomaticos recién cogidos de la mata de esos que saben…como los de antes.