Los Kirchner, los Clinton, Trump, Putin, Morales, los Kennedy, Berlusconi, los Castro…podría seguir con esta lista interminable ad infinitum. La cosa presenta variaciones en la forma, pero no en el fondo.
Una mirada del mapa político mundial a lo largo de la historia muestra cómo en este selecto club unos han ido heredando el trono y otros están atornillados a él ad aeternum. Los peores lo han hecho a través de la familia (como si se tratara de una parte más de la herencia) o usando la maquinaria estatal para eternizarse en el cargo. Y es que hay políticos que no conocen eso de los efectos saludables de la alternancia gubernativa.
Parece que el poder es una droga tan adictiva como placentera, como esas sustancias que hacen que te sientas tan bien que enganchan hasta la obsesión. Muy pocos escapan de su hechizo. Y realmente algo tiene que tener para que la gran mayoría de los que lo ejercen se agarren a él como si les fuera la vida en ello. Muy pocas excepciones confirman la regla. Muy pocos los que se han ido y muchos los que intentan seguir o incluso volver pasado un tiempo de… ¿desintoxicación?
El poder no es una enfermedad como tal, es un deseo humano que todos tenemos, pero siempre hay un alto precio que pagar. Y para los que llegan a la cima debe ser muy difícil salir de ese bucle donde se ven fuertes para comerse el mundo y -una vez lo catan y les gusta lo que catan- no quiere dejar de hacerlo. Por eso el poder engancha y, cuando les llega el momento de decir adiós, cualquier táctica desesperada por mantener el puesto es bienvenida.
Dicen que la vida después del poder no es fácil, que el temido síndrome del teléfono apagado es aterrador, pero más difícil es comprender que alguien lo ejerza de forma perpetua. Si les quedara algo de sensatez deberían reflexionar y hacer análisis de ese vicio por mantenerse en el poder antes de que los votos les pongan de patitas en la calle cansados de esa manía tan fea en no soltar la vara de mando. Sin embargo, se ha escrito mucho sobre el asunto y parece que este tipo de personajes se resisten al cambio, no les gusta sentir que pierden, que su desesperación por seguir en el puesto es igual al terror que les crea volver a ser ciudadanos de a pie. Que viven dentro de una burbuja, rodeados de pelotas que les cuentan lo bien que va todo -aunque sea mentira- y alargan lo inevitable, enrocados en el poder (para el horror de muchos) porque no son conscientes de que su momento acabó.
No trato de juzgar a los que están en el poder, pero me parece incomprensible y hasta obsceno aferrarse a él. Todos estamos de paso y hay que aprender que la vida va de ciclos, que unas veces estás en lo más alto y otras toca empezar desde cero y volver a ser un ciudadano más es la mejor manera de recuperar la propia vida.
Todo tiene un principio y un fin. Todo es temporal y el poder también. Hay que aprender a perder, a dejar libre el sillón y…a saber marcharse.
Coco.
Fuente de la fotografía: Pinterest.