Parece que fue ayer. Han pasado sólo unos años cuando mi vida era un par de bebés guapos y rechonchos. Chupetes, pañales, cunas. Gases, cólicos y sus primeros pasos. Primeros dientes y cuentos antes de dormir. Sin darte cuenta, la guardería y, un poco después, ¡primer día de cole! ¡Se escapan de las manos y no puedes hacer nada por impedirlo!
Stop. Llega el pequeño. Vuelta a empezar. Chupetes, pañales, cuna. Gases, cólicos y sus primeros pasos. Y mientras vuelves a recordar aquéllos cuentos de antes de dormir, contemplas cómo aquellos bebés rechonchos y guapos se han convertido en unas adolescentes con… ¿Vida propia? ¿Qué ha pasado? Ha pasado que esas princesas de color rosa, rodeadas de barbies y muñecas, son dos jovencitas que no quieren cuentos antes de dormir. Ya no hay cuentos que leerles antes de dormir. Ahora son ellas quienes cuentan sus propias historias. Historias de verdad cargadas de hormonas y todos sus efectos secundarios.
Efectos secundarios cargados de energía. Sí. Pero miedos también. La inocencia de entonces ha dado paso a inseguridades. Palabras de las que el pequeño no conoce el significado aún. Afortunadamente.
Nadie me avisó que estas cosas pasan. Tampoco lo vi escrito en los manuales de uso. Esos que te explican cómo ser madre. Pero no tengo excusa. Sabía que su niñez tenía los días contados.
Los cuentos han dado paso a libros de texto cargados de jeroglíficos, esquemas y montañas de letras agrupadas en párrafos. No hay dibujos. Ni príncipes y princesas. Algunas fotos de no se sabe quién pero que deberán conocer al dedillo si quieren seguir adelante. Para ser… ¿qué?
Y los juguetes de ayer hoy son unos aparatos con teclado que les permiten jugar “a su manera”. ¿Las muñecas? Ya no están. Un día, sin más, les dijeron adiós. Ahora son ellas las que calzan tacón. Y disfrutan revolviendo tu armario en busca de algo que no sea color “princesa”.
Mientras el pequeño siempre quiere…un cuento antes de dormir.
Coco
Fuente de la fotografía: Erin McGuire.