Aroma a especias, lavanda o, simplemente, cuero recién curtido. Contraste de olores. Y de sabores. Un mundo dentro de otro. Bajo los toldos.
Pasear. Mirar. Rebuscar. Y comprar. La rutina de los lugareños es un sinfín de sorpresas para el forastero y exige su atención en cada paso.
Hay que caminar alerta. Con los ojos bien abiertos. No sabemos dónde podrá estar esa pieza tan codiciada.
Espacios a ritmo de reguetón con más de 500 años de historia. Un mundo donde pierdes la noción del tiempo. Tiendecillas de hierro y lona vendiendo cualquier cosa que se te puede pasar por la cabeza. Incapaz de enumerar todo lo que estos lugares esconden. Algunos, auténticos vendedores de miserias.
Y nosotros, los curiosos, buscando gangas. Deambulando sin orden ni concierto entre cachivaches mientras catas y picas entre puesto y puesto. A empujones por estrechas calles. Sorteando bártulos tirados por el suelo y sin perder la vista. Hay de todo para todos. Sitios donde conviven sujetadores y bragas, la música de Camela o un marco de fotos. Se trata de llamar la atención sobre objetos que, sin relación entre sí, allí bajo el toldo adquiere todo el sentido.
Vecinos y tenderos se mezclan con el griterío de la gente que, entre animadas conversaciones, le dan a un puñado de churros o se zampan ese bocadillo de panceta tan grasiento como exquisito.
Podrás ver a un grupo tomando el sol y arreglando el mundo mientras, justo a su lado, se cierra la venta de una caja de herramientas inútiles de segunda mano.
¡Pasen, vean y…compren!
Sensaciones. Lleno de sorpresas, este mundo es otra historia. Provocar y sorprender para vender al mejor postor. Siempre cabe el regateo. Como la vida.
Los mercadillos.
Un mundo de tentaciones.
Como la vida.
Coco.
Pie de foto: Mercadillo de Villaricos. Pueblo pesquero de la costa de Almería donde dejé un buen puñado de risas.
Fecha:22 de noviembre de 2015