Se acabó. Fin. Un año más.
Hoy no toca marear al pobre pavo ni nada por el estilo. Aquí me pilláis. A vueltas con las lucecitas de colores. Hecha un autentico lío. ¡No hay forma de deshacer el enredo! Y, entre bolas doradas y restos de pino, no he podido dejar de pensar en los últimos días. He tenido algunos de esconderme bajo la almohada y otros que no quería que se hubieran acabado jamás. Como la vida misma.
Los sentimientos a flor de piel y, para lo bueno o lo malo, son especialmente intensos. Comemos más que nunca, lloramos por cualquier cosa o bailamos hasta el amanecer. Son días de excesos y a mí los excesos, en estas fechas, me gustan. Me gustan porque parece que exista una ley no escrita que permita excedernos en nuestras manifestaciones de afecto, en los abrazos, los besos, en los lloros y…en todo lo demás. ¡Pues claro que sí! ¡Hombre YA! ¡Qué para la cordura, la prudencia y la rutina ya tenemos el resto del año!
Vienen a mi cabeza momentazos que me encantaría repetir y sé que nunca volverán…vendrán otros. Sin embargo esos momentos, bajo “los efectos del muérdago”, los meteré en un saco y se quedarán a mi lado. En el saco meto llamadas a larga distancia que nunca esperas, mensajes que te provocan alguna lágrima, muchas sonrisas y también a esa especie en peligro de extinción que llamamos “christmas”. ¡Existen! ¡Los he visto y lo he tocado!
Es curioso. Las dosis de magia en estos días tan señalados nunca defraudan. Además este año, no sé por qué, hice un pacto con ellos. Se portaron especialmente bien y me enseñaron que no todo acaba siendo como en principio parece. ¿Será la edad?
Pero esto se acabó. La normalidad llama a la puerta. ¿O no?
Parece que la guirnalda de luces vuelve a su ser. El “virus navideño” nos dice adiós. ¡Por fin podré devolverla al trastero!
Coco
Fuente de la fotografía: Pinterest.
