Rebelde. Analfabeto. Curioso. Insaciable. Revolucionario. Sin límites. Conspirador…e inspirador. Iba un paso más allá que cualquier otro. Un agricultor convertido en marino que, en el siglo VII, le dió por conquistar otros territorios teniendo en contra al resto de reyes vikingos, rompiendo con lo establecido. Quería colonizar nuevas tierras porque era un aldeano harto de cultivar. Le movía el deseo de…hacer cosas mejores.
De mirada lunática. Gigante. Rudo. Pirata. Magnicida. Cruel…no era un líder al uso del siglo XXI. Era un tipo políticamente incorrecto porque su sentido de la justicia, primitivo y simple, era una lucha a muerte. No conoció el miedo. Y sí, también era feroz, pero eso puede aplicarse a casi cualquier sociedad de aquellos tiempos…y a las de ahora. Sólo hay que echar un vistazo a las noticias.
Bárbaro. Sanguinario. Explorador. Polifacético. Creativo. Inconformista. Llevó el cambio a su pueblo, una civilización forjada por el frío nórdico. Se fió de una brújula, aprendió idiomas y tuvo la lealtad de los suyos. Mucho más moderno que otros pueblos de la época, todas sus decisiones pasaban por la asamblea, sin trampa ni cartón. Y las mujeres eran tan importantes como los hombres en cualquier parcela de su sociedad. ¡Igualito que ahora!
Un tipo duro. Revolucionario. Ambicioso. De armas tomar. El factor sorpresa fue su mejor arma a la hora de atacar. Todos los poderosos querían acabar con él. Poderosos con el culo atornillado al trono, sin ideas ni aspiraciones, que no sabían soñar y no querían que él soñara. Y es que no ha habido en el mundo nada más peligroso que una persona con ideas y…ganas.
Humano. Como cualquiera de nosotros o cualquiera de las personas que hoy nos cruzamos por la calle. Con sus luces y sus sombras. De espíritu noble, Ragnar y los suyos vivían y saboreaban cada momento. Disfrutaban siendo ellos mismos. Si había que luchar, se luchaba. Cuando tocaba beber, bebían hasta el desmayo y la ternura se apoderaba de ellos si eran sus “pequeños cachorros” los que les buscaban. Mi amigo odiaba el poder. Lo veía como algo necesario para alcanzar sus sueños pero jamás lo uso como un lugar donde esconderse. Ahí estaba siempre. Luchando en primera línea, a golpe de escudo, mamporros y hachas.
Jamás buscó el poder por el poder. Sólo intentaba comprender el mundo que le tocó vivir. Así de sencillo y sin darle más vueltas, antes de morir le dice a su hijo que la felicidad no importa. Para él “la felicidad no es nada”. Lo único que ocupaba su mente era la supervivencia. La felicidad le esperaba de la mano de Odín…en el Walhalla.
Ragnar ha muerto.
Y yo ¡rendida a sus pies!
Coco.
Fuente de la fotografía: Pinterest.