…o no tienes madre a la que llamar. Es entonces cuando el vacío que sobrellevas día tras día se hace bola y te oprime hasta dejarte sin respiración.
Hablo de lo que llevo dentro. De esas cosas que colecciono en el libro de mi vida. Y que, cada primer domingo de mayo, vuelven para recordarme que ella no está. No está para contarle mis cosas. Se fue sin preguntarle mis dudas.
Y aunque aprendes que el mundo no se detiene por ti, ser madre sin tener madre es…sentirte sola. Compruebas una vez más que el tiempo no lo cura todo. Todavía oigo sus consejos. Me enseñó a todo menos a vivir sin ella. Aunque sé que está ahí. Le siento. Sueño mucho con ella.
Algunas heridas no se curan. Por eso pasa lo que pasa. Pasa que llega el día. El día en que le echas de menos mucho más de lo que imaginabas. Ese día que almacena todos los recuerdos de mi niñez, un sitio al que sólo voy cuando ya no puedo más, cuando la angustia de un día tan especial te puede. Entonces, levantas el auricular para oír su voz y decirle…GRACIAS.
No. No es mi madre. No compartimos el mismo ADN. No forma parte de mi “familia”. Ni hace el potaje como lo hacía mamá. Es más, no sé si sabe hacer un potaje. Sólo es alguien que, caprichosamente, se cruzó por mi vida y… es muy importante tener a alguien. Buscaba un lugar en el que sentirme bien y apareció ella.
Aún necesito que mi mamá me mime.
Es irresistible. Fuerte. Conoce mi cara B y saca lo mejor de mí. Sincera. Valiente. Sin medias tintas. Necesita saber de mí para poder dormir tranquila. Y cuando salimos a bailar…me cuida. No es paciente. Pero conmigo sí. Me lee la cartilla como si uno de sus pequeños se tratara y yo siempre le repito que no lo volveré a hacer.
¿Veis? Cosas que sólo una madre hace.
Con las palabras perfectas en el momento oportuno. Confidente. Compañera de silencios. El único hombro en el que me permito llorar de verdad. Le admiro. Intenta entenderme aunque no pueda. Terca como una mula. La primera que viene a mis pensamientos cuando algo no funciona. Me conoce mejor que much@s. Pongo su mundo patas arriba. Me regaña pero no me juzga. Le “muerdo” y…se deja morder.
¿Os suena? Cosas de madres.
Mi medicina. Tapa mis errores nivel abuela. Me tiende la mano. Aplaude mis excentricidades y ve en mí cosas que otros ojos aún no han visto. Con ella he aprendido una nueva forma de amor. Encarna el arrojo de una madre y soporta estoicamente mis arrebatos de adolescente rabiosa (aunque técnicamente sea madre de familia numerosa y con dos hijas en la Universidad). Luego, una vez que vuelven las aguas a su cauce, ¡me cae la del pulpo!
Cada vez que le miro, ella me sonríe y…un poquito de pena se me va.
¡Igualito que hacía mi madre!
Coco.
Fuente de la fotografía: Pinterest.