No me gustan los lunes. No, no me gustan y no puedo ni quiero disimularlo.
No me gustan los lunes porque los horarios cambian. No me levanto cuando quiero, sino cuando el despertador me lo dice, por tercera o por quinta vez.
No voy al trabajo dando un paseo, sino que voy en coche, por una autovía en la que hay otros cuantos cientos de personas que están pensando lo mismo que yo. «Con lo bien que estaba yo en la cama». En el mejor de los caso no encuentro ningún otro impedimento que el tráfico, pero hace poco me encontré 4 accidentes en el carril contrario en el camino entre mi casa y la oficina, y eso da que pensar. Aunque no quieras, te da por pensar. ¿Pongo toda la atención que debo cuando conduzco? ¿Qué pasa si llego tarde a trabajar? ¿Y si tengo un accidente y ese día no llego?.
Afortunadamente llego al trabajo, pero gracias a las ultimas normas de mi jefe, en la mesa de la oficina no se puede tomar café, así que estoy pasando una clase de síndrome de abstinencia que no ayuda a que me mejore el humor.
Pasa el día entre trabajo y conversaciones con mis compañeras, que hacen el día mucho más interesante… y al acabar, la vida. Las típicas labores del día a día, un rato de estudio, otro de ocio (si se puede), cena, tele/libro y a dormir, sabiendo que aún quedan tres días iguales por delante antes de que llegue mi adorado viernes que es la víspera y el inicio de todo lo que más me gusta.
Viernes: amig@s, tiempo libre, ciudad, bares, teatro, conciertos, cine, risas… y sábado… y domingo…
Creo que queda claro cuales son mis preferencias, y desde luego que los lunes no lo son.
Lo único bueno de los lunes es que se que estás ahí para leerme y yo intentaré llevar a cabo lo que me propuse hace un tiempo…
Los lunes, con labios rojos, que así son menos lunes ( y además puedo dejar besos marcados para el resto de la semana).
Reyes
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