No soy un bicho raro porque no me guste la Navidad, ya lo se. Somos muchos los que nos encontramos en la misma situación.
Yo no adorno la casa hasta el último día, así que estoy de ver abetos en mi facebook más que hartita, y además yo soy de montar el Belén, en todos los sentidos.
Me estresan las compras por obligación el comer por comer, el «tener que quedar»… yo soy más de ver a los míos cuando surge, comprar un detalle para alguien porque me he acordado de él, comer y beber cuando se presenta para celebrar lo que sea y por pequeño que sea.
Las calles estos días están llenas de personas que van como locas porque no encuentran lo que buscan, los trabajadores en los comercios no dan abasto con las avalanchas de gente desesperada y además con horarios interminables que no les dejan ni respirar.
Hordas de gente por las calles en estado de embriaguez gracias a las comidas y cenas de empresa. ¿La gente no tiene límite? ¿No se dan cuenta de cuándo han bebido demasiado? Y lo digo en serio, que este fin de semana me he cruzado con alguno que otro que no se tenía en pie.
En todas las familias, la persona que se encarga de la cena de Nochebuena está devanándose los sesos para ver con qué sorprende a su familia este año, porque elegir un menú al gusto de todos es bastante complicado, si no imposible. Afortunadamente, de momento, a mi no me toca, que en casa tenemos una cocinera fabulosa que se encarga de todo a las mil maravillas.
Luego el estrés pasa, la cena sale de 10, Papá Noel o el amigo invisible se porta fenomenal y comemos, bebemos y brindamos para celebrar que un año más estamos juntos, pero eso no quita para que yo todos los años diga que no me gusta la Navidad.
Veremos el año que viene…
Reyes
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