Me apetece hablar de ella. Le echo de menos. Será porque va a hacer doce años que ya no está conmigo. Mis hijas tienen un vago recuerdo suyo y mi niño no la llegó a conocer.
No sabría por dónde empezar. Bueno sí. Mi madre era la mejor madre del mundo mundial. No era perfecta pero sí la mejor.
Era maestra de pueblo hasta que se casó con mi padre y decidió dedicar cuerpo y alma a criarnos. Tenía una letra preciosa y dibujaba unas cosas tan bonitas que por muchos años que yo viva jamás llegaré a hacerlo como ella.
Leía cualquier cosa que cayera en sus manos. Siempre tenía un libro, o dos, en la mesilla de noche. A ella le debo mi afición por la lectura. Y de ella aprendí eso de leer antes de dormir para luego…poder soñar.
Le gustaba la costura y nos hacía los vestidos más bonitos del barrio con su “Singer” último modelo. Sus guisos todavía los recuerdan aquellos que tuvieron la suerte de conocerla. Arreglaba enchufes, cambiaba grifos, nos cortaba el pelo… Siempre llevaba un paraguas bajo el brazo a la salida del cole por si llovía. ¡Y por supuesto que llovía! Era una especie de Mary Poppins. Y de Ratoncito Pérez, Los Reyes Magos y Papá Noel.
Le tocó la lotería al tenerme como hija mayor. (Léase esto con la mayor de las ironías). Un bebé tragón que, con la llegada de la pubertad, se convirtió en una contestona, rebelde e insoportable jovencita. Y, como hacía magia, me bajaba los humos con mi plato favorito y algún que otro consejo. Aún no sé cómo lo hacía pero siempre tenía razón.
Mi madre era la única persona del planeta que sabía lo que pasaba por mi cabeza con una sola mirada. Sabía escuchar como nadie mis “dramáticas” historias de amor y amistad que traía dentro de la mochila al volver de la escuela.
Era la primera a la que llamaba cuando algo iba mal. Y a la primera que llamaba cuando las cosas estaban bien. Era…la primera a la que llamaba.
Éramos muy diferentes pero me adoraba. Me enseño a querer, respetar y aceptar a los demás. Siempre tenía un beso guardado para mi. Con ella pasé parte de los mejores momentos de mi vida y también…los peores.
Era la leche. Se enfrentó a la vida con valor. Antes de tiempo perdió al amor de su vida, mi padre. Y le echó un par. Nunca dijo «NO PUEDO MÁS». Ni el último día de su vida.
Y si este post hubiera caído en sus manos, seguro que diría algo así: “Hija, para cada persona su madre es única. No soy una santa ni mejor que las demás”.
Y tiene razón…era muchísimo mejor. Era la madre que yo hubiera elegido.
Coco.
Fuente de la fotografía: Pinterest.
No puede gustarme más!
Muchísimas gracias Verónica!!! Desde el corazón y con toda mi alma!!!