La gran noticia de esta semana es que mañana la Diosa Fortuna visitará a algunos hogares españoles. Pienso en ello a menudo. Es más. Pienso en ello tanto que creo que si cada vez que lo he hecho lo apuntara en una libreta ahora tendría ¡miles de libretas!
Soy muy fan del calvo aquél que cada año me recordaba, sin decir ni una sola palabra, que el gordo estaba a punto de caer. Y es que en aquélla época aún me dedicaba a fantasear con un buen pellizco del gordo de Navidad.
Como soñar es gratis a día de hoy, después de comprobar varias veces las cinco cifras de mi décimo, no sé si me vendría arriba o mantendría el anonimato. Ya mayor y con los billetes saliéndome por las orejas, si los niños de San Ildefonso cantaran el número que tengo entre las manos lo primero que haría sería tomar aire. Si me toca la lotería… Pfff. Mi cabeza, fría, repetiría constantemente: “No se lo digas a nadie. No hagas nada. Túmbate y cierra los ojos. No pierdas la calma. ¿Ir a cobrar el premio? No corras. Tienes 3 meses para cobrar. Déjate llevar, sonríe y recuerda que a veces las cosas son de verdad”.
Y así, tumbada y con los ojos cerrados mi vida se convertiría, poco a poco, en idear un plan. Y veo, con los ojos cerrados, que no soy nada original. Que la vida de otras personas se parece a la que yo tengo más de lo que creo. Y que tengo los mismos sueños que ellos. O casi. Risa floja. ”Ahora que tienes una cantidad indecente de dinero sabrás que cualquier cosa es posible con un billete premiado”. Toca fantasear. Soñar despierta lo llamo. Tú misma te montas la película.
Un síntoma inequívoco de que me habría tocado la lotería sería hacer una sala de cine en casa para poder ver mis películas favoritas y ¡ponerme morada a comer pipas! ¡Se acabó hacer cola en el cine! Porque ya que lo haces, lo haces bien, ¿O no? ¡No hay que avergonzarse de los gustos de cada uno! Puesta a pedir también pediría una de esas piscinas con borde infinito. Otra manera de gastar y, a la vez, refrescarme. Un clásico entre los clásicos. Al fin y al cabo, soy de gustos sencillos.
En serio. Una vez leí que la felicidad consiste en no saber el día que es. Pero yo no estoy de acuerdo. Con los pies en la tierra mi plan a corto plazo sería “tapar agujeros” y después…dejarme llevar. De momento, aún siendo la probabilidad de que esto ocurra muy remota, estoy orgullosa de estar como estoy. Me quedo con eso.
Pasados los años he comprobado cómo el tiempo afecta al sentido que tú le des a las cosas. Y que las circunstancias personales lo son todo. Los cambios nos hacen más fuertes y, a la vez, nos debilitan. Son lo que hace que nos emocionemos cada día. Y la madurez es, también, notar que somos emociones. Porque lo bonito no es tener mucho dinero. Es disfrutar del tiempo, tener salud y ganas de hacer cosas. Hablo de hacer lo que te salga del corazón: pintar, viajar… ¡Fíjate que los hay que se enamoran de su trabajo!
Después de tantos años sin catar ni la pedrea una ya sabe de sobra que lo de la lotería no es lo suyo. Y, como se suele decir, a falta de dinero que me toque salud. Salud y tiempo. Porque la parte buena de todo esto es tener ese tiempo y vivirlo con la intensidad que te dé la gana. Es, entonces, cuando empieza lo bueno. A partir de ahí siéntete privilegiado y…date cuenta de ello.
Coco.
Fuente de la fotografía: Pinterest.