Me gusta que los planes salgan bien, pero por suerte o por desgracia las cosas no salen siempre como planeamos.
Podemos hablar de planes a corto, a medio o a largo plazo. De los planes que has hecho para este finde con tus amigos o lo que planeabas cuando empezaste la universidad y que nunca llevaste a cabo.
Los planes nos sirven para soñar, para anticiparnos en sentir el éxito y visualizar ese final feliz que estamos seguros de merecernos.
Pero ojalá fuera todo tan fácil y de verdad los planes salieran como deseamos. O no, porque yo no me veo a día de hoy desempeñando la profesión que soñaba cuando era pequeña, ni siendo madre de familia numerosa antes de cumplir los treinta. Si, aunque no te lo creas mi plan era ser bailarina profesional, pero lo del ballet me duró sólo hasta los 12 años.
Está muy bien hacer planes, pero está mucho mejor cambiarlos conforme se acerca el final, adaptarse a los acontecimientos y fijarse metas aún más lejanas. ¿Qué haríamos si todo nos saliera bien a la primera? ¡Nuestra vida no tendría ningún aliciente!
Yo soy muy fan de los planes improvisados, de apuntarme a «lo que surja» y de disfrutar el momento. No te engaño si te digo que tengo hecho mi plan a diez años, pero a día de hoy creo que ya lo puedo ir cambiando.