No me gusta el papel de sabelotodo. Esto quiero dejarlo claro.
Siempre he querido ser prudente pero creo firmemente que la prudencia y el autocontrol son unos dones escasos y privilegio sólo de unos pocos. Dicen que, si te lo propones, puedes hacer girar el mundo. Aunque, de momento, dejemos los experimentos para otra ocasión.
Cuando era joven, un poco más joven que ahora, creía que mis juicios no fallaban. Nunca fui una persona reflexiva. Actuaba y después pensaba, en lugar de hacerlo al revés que es lo que nos inculcan desde la niñez. Sin embargo, por mi condición de oveja negra (más oveja que negra) eso de pensar antes de actuar como que no iba conmigo. ¡Y lo de contar hasta 10 menos aún! La intención no era mala. Simplemente “me dibujaron así”.
El cambio vino sin quererlo. No me hizo falta firmar un contrato. No nacemos sabiendo pero, al llegar a determinadas edades, ya no hay excusa. No fue maldad ni inocencia. Sólo cuestión de años y un poco de experiencia. La edad te quita muchas cosas. Pero te da historias de la que aprender y darte cuenta de que, a veces, sigues siendo una mocosa. Que no eres nadie. Que no conoces a nadie. Y que no sabes nada de la vida.
Me di cuenta que estar toda la vida confiando en tus virtudes no deja de demostrar al mundo que eres una persona débil. Ya sabéis el refrán:” dime de qué presumes y te diré de qué careces”. O dicho de otra formar…nunca juegues a aquello para lo que no tienes talento.
Lo que hace grande a una persona es reconocer sus debilidades.
Después de unas cuantas canas, y algunas preguntas existenciales, he llegado a un acuerdo conmigo. He comprobado, y sufrido, una enorme falta de responsabilidad cuando una no sabe asumir sus limitaciones. Aunque, hoy por hoy, de vez en cuando aún sufro algún achaque de rechazo cuando esto pasa, tras unos segundos, voy al baño frente al espejo e intento mirarme para dentro. Entonces recuerdo que no hay nada mejor que cambiar de aires y vagabundear en otra dirección. Las intenciones están muy bien. Eso ya nos lo sabemos todos pero también sé que todas las cosas buenas que me han pasado no han sido por accidente.
La vida es caer y levantarte. Volver a caer y volver a levantarte. En bucle. Y aprender a compartir mis caídas y miserias es de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida. Pero cuando lo hice… ¡catarsis total! ¡Vaya purga!
No todos los días pueden ser EL DÍA. Disfrutemos de cada uno de ellos. De los buenos, de los malos y de los regulares.
Y no dejemos que nuestro orgullo gane la partida.
Al fin y al cabo…todos hablamos el mismo idioma.
Coco.
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