Los ojos tristes de María.

Resulta que María, la hija de mi vecina, está triste.

Llevo varios días cruzándome con ella en el ascensor y sus ojos no brillan. Me preocupa. Pero como en mi vecindario somos cuatro me ha costado poco enterarme por qué María no sonríe como antes.

María es muy patosa. Le cuesta hacer deporte. Le encantaría hacerlo muy bien pero piensa que su físico no le acompaña. Lo que más le gusta es cantar y bailar. Acaba de representar un musical en el club juvenil del barrio y, mientras han durado las representaciones, ha sido la niña más feliz del mundo. Pero, como todo, el musical llegó a su fin. Y su alegría también. Ha vuelto a jugar al vóley. Allí comparte equipo con otras niñas que, a diferencia de María, están encantadas de conocerse. Juegan muy bien al vóley y tienen un desprecio absoluto por aquéllas que no juegan tan bien. En concreto hay una que le dice a María, una y otra vez, que ella no encaja en el equipo.

¡Pobre María! Nadie le cree. Esa niña que le desprecia delante de todas, además, se esconde detrás de la típica cara de niña ideal que cae bien y que es perfecta para practicar la humillación y la ridiculización sin que nadie sospeche. Para ello cuenta con la inestimable ayuda de otras “colaboradoras” que le apoyan en cualquier cosa que haga o diga por cruel que sea.

¿Os suena? Seguro que alguien cercano a vosotr@s ha sufrido algo parecido. Y seguro, también, que habéis visto reacciones de todo tipo: desde la preocupación y la tristeza, pasando por la técnica del avestruz hasta llegar a echarle un par de huevos y enfrentarse con el jefe de la tribu y la tribu entera. Desgraciadamente con la edad de María son muy pocos los que optan por esta última salida. Por eso María tiene los ojos tristes.

Los ojos tristes de María no son algo que surja de la nada.

Estas cosas pasan, por ejemplo, cuando en nuestro propio círculo valoramos más “Sálvame” que “Pasapalabra”. O el fútbol que el teatro. Cuando esto pasa, si nos fijamos un poquito, veremos que toda aquél que tenga “las cualidades” de Cristiano será más respetado que otro que no pasa del metro sesenta.  Y la culpa de ello son los valores que hemos (y nos han) transmitido desde bien pequeños.

Difícil explicarle a María, con 12 añitos, que aquí estamos de paso. Que el éxito y la popularidad de sus compañeras de vóley son pasajeras. Difícil hacerle entender, a esa edad, que la humildad y el respeto a los demás es lo verdaderamente importante. Cuando somos pequeños aún no tenemos la fuerza suficiente para salir solos de estas humillaciones. La sociedad en la que estamos instalados no ayuda en nada. Y, el mundo en general, se encarga de vender 24/7 todo lo contrario. Y claro. Estas criaturas lo compran…sin dudarlo.

Querida María: ¿Quieres saber de qué sirve ser “la mejor”?

Pues sirve para que “la mejor” alimente su autoestima y su egocentrismo hasta convertirles en sus propios enemigos. Así como a su ambición, a su envidia, a su exhibicionismo y a su…distorsión de la realidad. Sí. Como lees. Porque la realidad es que “la mejor” está en alerta a todas horas, no se permite un respiro, siempre está buscando los aplausos, la admiración y el reconocimiento. No acepta las críticas. Y esto en mi tierra se llama “falta de autoconfianza”. Por si eso no fuera poco, “la mejor” se compara constantemente con el resto y, si es necesario, utiliza a los demás en beneficio propio.

Te diré que estás ante unas niñas muy fáciles de manipular. ¡Pobre gente! Están tan concentradas en ser “la mejor” que, si les aplaudes las gracias, no dudarán ni por un momento que tu aplauso es sincero. Ahora bien, si el cuerpo te pide luchar… ¡lucha! ¡Estás en tu derecho! Eso sí. Elige la batalla que quieras lidiar pero antes piensa si de verdad merece la pena luchar.

Querida María: La próxima vez deséales lo mejor. Lo necesitarán.

 

Coco

Fuente de la fotografía: Pinterest.

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