Haz lo que digo, pero no lo que hago… y así hasta el final de nuestros días.
En los últimos tiempos me pasa mucho que recibo indicaciones maravillosas de personas que me quieren y me dan sus consejos siempre pensando en que lo hacen «por mi bien».
Puede ser que yo, como de costumbre, ande con el arma cargada y no sea capaz de distingir entre una indicación sin importancia y una crítica a mi forma de hacer las cosas.
El caso es que de motu propio siempre intento hacer las cosas lo mejor que se, por mi bien y por el de los que me rodean, pero a veces me enfrento con situaciones que no se solucionan solo con la intención.
En esos momentos difíciles tengo que sacar el talante a pasear, y ojo que hablo de talante, y no de talento. Porque tu puedes ser más o menos listo, pero como no estés «espabilao» no tienes nada que hacer.
Es entonces cuando te das cuenta de que te la quieren colar. Te sueltan sus maravillosos discursos. Te hablan con todas las razones del mundo, y te hacen ver que eres pequeñita y que tu criterio nunca va a ser el que prevalezca, sino que la verdad solo tienen un camino, y no es precisamente aquel en el que estás inmersa.
Por suerte, «espabiladita» estoy, no tanto como me gustaría, pero si lo justo como para contestarle al más pintado y decirle que por mucho que intenten convencerme con buenas palabras, los que hablan son los hechos. Que si quieres que te compre, demuéstrame con hechos lo que vendes. Que por mucho que pregones tus bondades, no se van a convertir en realidad por mucho que te lo creas.
Talento tengo, talante también, y modestia lo que más. O no, pero eso no es hoy lo que importa.
Reyes