“¡Deja de decir mentiras! ¡Mientes mucho! Y eso es de cobardes.” Así de claro le soltó un joven a otro lo que opinaba de él. Lo confieso: me gustó y mucho oír cómo alguien tan joven definía lo que significa ser un mentiroso. Porque a las cosas y -sobre todo- a las personas hay que llamarlas por su nombre. Y los mentirosos son verdaderos cobardes. Se trata de una “raza” que disfraza la realidad para hacer creer al resto de “razas” que son algo absolutamente diferentes a lo que de verdad son. Más aún: quieren hacer creer que son eso que, en el fondo de su corazón, les gustaría ser pero no son. O también mienten para escaparse de las consecuencias que la verdad esconde.
Haced memoria y podréis comprobar cómo todos, en algún momento de nuestra vida, hemos mentido. Y si buscamos el por qué de esa mentira la respuesta será, en mayor o menor medida, la misma: ocultar algo. ¡Haced memoria, please! Pero que no cunda el pánico. Se trata -como oí en más de una ocasión a mi abuela, mi madre, mi tía y demás miembros del árbol genealógico- de “mentiras piadosa”. Esas que lanzas para evitar un pescozón, un tirón de orejas o algo por el estilo.
No hace mucho escuché que la mentira se está convirtiendo en una herramienta imprescindible en la vida de muchos. Y después de sufrirla en mi pellejo estoy totalmente de acuerdo con esa afirmación ¡Hay mucho mentiroso suelto! Me han “colao” mentiras un montón de veces y, en ocasiones, todas venían de la misma persona. Son auténticos maestros de la mentira. Han hecho de ella su forma de vida. Y esa forma de vida que ellos han elegido a mí, personalmente, me ha hecho daño. Mucho daño.
¿Qué he sentido? He sentido TRAICIÓN, tristeza, rabia, dolor y, en ocasiones, incluso miedo. Sí, como lo lees. De pronto esa persona se ha convertido en un auténtico extraño y ya no le ves de la misma manera. Todo ese cóctel de emociones hace que algo en ti muera… se llama CONFIANZA.
Ya nada volverá a ser igual.
Coco.
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