Amigos. Rica comida. Buena bebida. Tiempo con los tuyos. En definitiva, historias que vamos viviendo en cada paso que damos y momentos que, en ocasiones…¡merecen una ola! Hay muchas cosas que hacer, la vida es breve y tenemos que disfrutar porque sí, reír sin motivo y vivir cada día de nuestra vida aprovechando todo lo bueno que se presenta porque, como dice el refrán: “día que pasa, día que no vuelve”.
Ese sentimiento de placer culpable que tenemos cada uno de nosotros hace que siempre estemos en busca de algo especial para reunirnos con quien nos dé la excusa perfecta para sacar nuestro lado disfrutón. Parece que la humanidad ha sido programada para hacerlo todo en grupo: familia, amigos…
Eso me hace pensar que una de las grandes tragedias de este siglo es que no sabemos estar ni, por supuesto, celebrar SOLOS. Se nos olvida que la vida es corta y que claro que es posible encontrar placer en estar solos. ¡Por supuesto! Simplemente hay que saber hacerlo. Nadie dijo que vivir fuera un asunto fácil y no hacer nada con nadie es todo un arte.
El placer culpable. Eso que tanto te gusta hacer y que no te atreves porque, según los sabelotodos del lugar, no debería gustarte o directamente debería estar prohibido. Pero digo yo que si lo disfrutamos ¿por qué deberíamos sentirnos culpables? ¡Si no hay nada más inocente que un placer culpable! ¡Seamos libres de disfrutar con lo que nos gusta!
Hacer lo que te salga de las narices puede ser el nirvana. Y si no me crees, rebobina. Haz memoria. De pequeños solíamos escondernos con las mantas o debajo de la cama simplemente por disfrutar de nuestro momento, de tú contigo y sin nadie más y sí, esos raticos se han quedado en nuestro recuerdo, para siempre, como de lo mejorcito que nos ha podido pasar.
Quizá lo más divertido de nuestras vidas se resume en esas pocas fiestas que nos regalaron momentos surrealistas y cómicos pero, a veces, cuando hacemos un hueco para nosotros mismo nos hemos encontrado con la fiesta perfecta. A ver. Antes de que he mandéis a la hoguera. Cuando hablo de la fiesta perfecta me refiero a pasarlo como una enana, por ejemplo, cantando las canciones de Marisol mientras ves «Cine de Barrio» y zampándote una empalagosa y chorreante tarrina de kilo y medio de helado de turrón con tropezones. O ir al cine sola porque lo que más te apetece es llorar a moco tendido con un dramón del 15 y no quieres que te vean ¿Qué? ¿A que sí? ¿Es o no es un planazo disfrutón? Sin embargo, a pesar de pasarlo en grande (a tu manera) eres incapaz de contar estas debilidades vete tú a saber por qué y sinceramente tampoco es un descontrol…¡vamos, digo yo!
Para acabar. No puedo ocultar quién soy. Ni quiero. Y quiero seguir dándome el placer de hacer lo que me dé la gana SOLA. Sea o no políticamente correcto. Se entienda por los demás o no. Y aunque es posible que lo más divertido de mi vida se resuma en esas fiestas donde el lema es “¡habrá que celebrarlo!” la felicidad, y la fiesta perfecta (la de verdad), me la doy yo misma.
Coco.
Fuente de la fotografía: Pinterest.