Haberlos…haylos.

Don Draper, Picasso, Madonna, Cristiano Ronaldo, Lady Gaga, Pedro Sanchez, Donald Trump, Karl Lagerfeld… ¡la lista es interminable!

En la última semana, por diferentes razones, he hablado mucho de varios de estos tipos.

Siempre protagonistas de “lo que sea”, cada uno tiene una filosofía muy particular pero, si os fijáis bien, viven bajo varios denominadores comunes.

Piel de rinoceronte. Rostro impenetrable. Herméticos. Sin sentimientos. Aplomo. No saben lo que es la debilidad. Con la mirada clavada al frente. Ego insaciable. Son de esos que pasan el día mirándose al espejo. De carácter gélido, con los nervios de acero y no suelen perder la calma. Parece que nunca se manchan las manos. ¿O no? Es más… ¡los hay que nunca sudan!

Competitivos, astutos, insatisfechos, altivos, caprichosos, vanidosos, viperinos, irrespetuosos…perversos hasta cuando se ponen graciosos. Calculadores, no amenazan ni ruegan y buscan el éxito a cualquier precio. Juegan a todo o nada. No aceptan un “NO”. Y, por supuesto, ellos tienen siempre la última palabra.

Algunos, como Draper y Sanchez, lucen la “sonrisa perfecta” aunque en la mayoría de las ocasiones esas sonrisas les delatan porque, en realidad, sólo forman parte del decorado. ¡Almas de cántaro, no os creáis que van dirigidas a vosotros! Son sonrisas que no salen de la boca. Son sonrisas…perfectamente estudiadas para la ocasión.

Otros como Lady Gaga, Trump o Lagerfeld, declarados enemigos de lo políticamente correcto, lucen esa expresión agria mitad asco mitad desprecio con cierto toque maquiavélico mejor que nadie. Hablan intimidando, con cara de aburrimiento o de mala gana y con un verbo tan ligero que a algunos de ellos ser un bocazas les ha salido gratis…de momento.

En el fondo, y queriendo ser buena con ellos para no irme al infierno, creo que practican el narcisismo como vía de escape de lo normal y corriente. Lo vulgar (que es casi todo lo que les rodea…menos ellos) les espanta. Quieren ser auténticos mitos. Desprecian todo lo que venga de antes por el simple hecho de no haber sido los primeros en descubrirlo.

Detrás de tanta prepotencia, los que saben de esto, dicen que hay una enorme inseguridad. Infancias marcadas a fuego. Que necesitan ser amados, admirados o temidos. Que su instinto depredador les sirve para poder cuidar su amor propio. Que en realidad son perfeccionistas pero autoindulgentes. Que son cínicos pero sinceros aunque, eso sí, siempre rodeados de polémica.

También los hay que son lobos con piel de cordero. En este grupo meto a los que no son famosos. Me refiero a un posible vecino de la escalera o a un compañero de trabajo cualquiera. Porque haberlos…haylos. O como decía mi madre: “de todo hay en la viña del Señor”.

Expertos en (casi) todo menos en practicar la humildad, su actitud tampoco es que favorezca mucho la cosa porque la clave no es lo que hacen, sino cómo lo hacen. El problema de toda esta gente no es su egoísmo desmedido, sino la forma en que lo cultivan. Son difíciles de satisfacer. Lo saben y lo cultivan. Y no me negaréis que para esto hay que tener arte… ¡ellos sí son los auténticos reyes del postureo!

¿Pero sabéis cómo acabó el griego Narciso, ese joven al que todos admiraban por su belleza? Pues tanto fue a mirarse en el reflejo del lago que acabó tirándose al agua y…se ahogó.

Fuera bromas, he comprobado más de una vez lo incómoda que me siento con ellos y es una sensación que no me gusta nada. Incluso he tenido la impresión de que soy idiota. Otras veces me reafirmo en que verdaderamente soy idiota. Y una de mis mayores idioteces es que creo que entender a este tipo de personajes equivale a varios másteres y doctorados en psiquiatría y yo ya estoy mayor para volver a hacer estudios de postgrado. A la vez reconozco, que conforme pasa el tiempo, tengo menos paciencia (que nunca fue mucha, todo hay que decirlo) con esta clase de gente. En ocasiones mi idiotez me lleva a consolarme pensando que hasta Judas les tendría envidia.

La buena noticia de este post (siempre la hay) es que no me van a desgastar porque no pienso entran en su juego. Reconoceré sus méritos (cuando los haya) pero jamás les adularé. Aunque si es necesario les provocaré e incluso me burlaré de sus burlas para que vean que yo también sé pasármelo bien así.

 

Ahí lo dejo.

 

 

Coco.

Fuente de la fotografía: Pinterest.

 

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