Fogueres que pasan página

Anoche prendieron nuestras Fogueres, y con ellas muchas historias que dejamos atrás. Hoy, nuestro Bacalao invitado más prolífico, Fran Martinez, nos regala un relato corto que podría estar basado en hechos reales, o no.

Reyes

Fogueres que pasan página

“… pero eternos en el recuerdo. Fin.- ¿Desfilas? – apareció, de repente, en la pantalla bloqueada de mi móvil, mientras el dispositivo emitía un timbre, diferente al común y muy significativo, que hacía mucho tiempo que no oía sonar y que retumbó en todo el sigiloso vagón.- No lo sé aún – tecleé, tras los forzados minutos de espera para no demostrar que me había hecho excesiva ilusión el mensaje.

Volví la vista a mi tablet para asegurarme de que ese era el final que quería para mi libro. Llevaba meses atascado con el capítulo final. No era buena época para terminarlo. Si no encontraba un hilo para mi realidad, dudosamente lo encontraría para una ficción; pero necesitaba darle un final, demostrarme que era capaz, que podía dar carpetazo aquel capítulo. Y lo había conseguido. No me iba a llevar a la fama, pero por fin, había un punto y final.- ¿Qué día salís? – insistió la pantalla de retina, esta vez menos sorprendentemente. – 22 – respondí, reduciendo al mínimo los caracteres para generar mayor indiferencia.- Intentaré bajar a verte – apareció casi al momento.

“Intentaré”, la palabra más elegante para no confirmar nada. Me moría por verla, pero no pensaba darle el gusto de demostrárselo. Ya había hecho el imbécil demasiadas veces. Me limité a releer aquel “eternos en el recuerdo” y me convencí de que el capítulo estaba bien cerrado.

Llegó el día 22, y con más sueño que ánimo me conseguí poner mi traje de saragüells para ir a la ofrenda. Hacia tiempo que no desfilaba con mi familia, desde que me fui a vivir fuera. Hará cuatro Fogueres. No, cinco. Me hacía ilusión en realidad, pero hasta que la cafeína no hiciera efecto en mí creo que no lo exteriorizaría. 

Enfilé Alfonso el Sabio con una gran sonrisa. Alguna lagrimilla amenazó con salir cuando vi que las de mi madre ya habían cumplido su propósito al cogerse de mi brazo con su ramo. Por mi cabeza rondaba aquel mensaje del tren. La idea de que bajara expresamente a verme desfilar me ponía nervioso. ¿Tendría tantas ganas de verme como yo a ella? Habían pasado muchos años, o habían pasado muy despacio, y yo estaba dispuesto a recuperar cada segundo si ella quería.

Llegamos a la altura donde ella solía ponerse con su familia. Mi madre empezó entonces a hablarme de la foguera del Mercado, con un tono algo forzado, como intentando atraer mi atención. En un giro de cabeza la vi, de pie entre las sillas. Sentí que una mano se cerraba fuerte sobre mi brazo. Allí estaba, había bajado, no iba solo a “intentarlo”. Seguía igual de guapa, esa sonrisa enorme, su pelo suelto y ligeramente despeinado que le sentaba tan bien y esos ojos rasgados que desparecían cada vez que sonreía. Pero algo no seguía igual. Debajo de su pecho algo muy evidente ensanchaba la tela de su vestido rayado, mientras dos manos entrelazadas que venían de la fila de detrás parecían sujetarlo para que no cayera del peso.- ¡¡Hola!! – me gritó agitando su mano casi como una niña, y con cara de “te dije que vendría”.

Quise responderle, o eso creo, pero no acerté más que a apretar mis labios con la sonrisa más falsa y difusa que he lanzado nunca. Seguimos avanzando. Las lágrimas volvieron a desfilar por el rostro de mi madre. Y en mi cabeza solo retumbaban cuatro palabras: eternos en el recuerdo. Efectivamente, el capítulo se había cerrado.”

Fran

Imagen de Reme Fotógrafas.

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