Estoy en esa edad en la que una llamada telefónica igual puede traducirse en un «baby shower» que en una visita al tanatorio.
Estoy en esa edad en la que empiezas a ser consciente de que todo te puede pasar a ti. O a los que te acompañan cada día.
Ya se que no es lo habitual, que la vida nos trata muy bien y que pasada una edad, lo de tener hijos no entra en los planes, pero lo de irse para siempre, tampoco.
Son muchas las personas a mi alrededor sufriendo dolorosas perdidas últimamente, y alguna me ha tocado más cerca que otras, pero todas me han hecho pensar.
En esta edad, puede ser que te de tiempo a despedirte y puede ser que no. Es posible que los que te rodean sean conscientes de lo que está por venir, pero también puede ser que la fatídica noticia de tu marcha les pille totalmente de improviso, y eso va a ser más difícil de gestionar.
Nunca sabremos cual es la mejor forma de irse, principalmente porque no querríamos irnos nunca, pero irremediablemente algún día llegará. No queremos pensarlo, pero estaría bien que dejáramos dicho o escrito lo que queremos que pase llegado el momento.
Yo por mi parte ya he repartido la ropa de mi armario y espero un funeral festivo, en el que si alguien tiene alguna pena, la pueda ahogar en alcohol (un buen vino jumillano sería la mejor opción).
Me consta que recordamos a las personas por lo que nos han hecho sentir, así que párate a pensar en cómo quieres ser recordado y actúa en consecuencia. Ten en cuenta que luego no podrás volver para dar explicaciones. Estás en edad en la que tus decisiones marcan tu día a día y no hay segundas oportunidades.
Solo me queda recordarte una cosa más: ¡VIVE! Vive intensamente, disfruta cada día, dale a cada cosa la importancia que merece y comparte tu tiempo con esas personas a las que seguro echarás de menos cuando no estén. Deja la rutina y la desidia a un lado y haz que cada día sea especial.
Carpe Diem, Bacalao.
Reyes