Estoy harta del discurso de la malentendida inteligencia artificial.
La inteligencia no es un superpoder pero, en los tiempos que corren, creo que es la palabra que mejor la define.
Desde hace ya demasiados años para mi gusto, y por donde mires, parece que tenemos la obligación de tener un cierto nivel de inteligencia o, en caso contrario, no eres nadie.
Nos dijeron que había que estudiar y ahora el nivel de ansiedad al que estamos sometidos por culpa de ver quién da la talla, quién es el más listo, el más guapo, el más exitoso, el más inteligente…es mucho más alto que el que tenían nuestros padres. Y, por supuesto, nuestros abuelos. Para colmo, dedicas media vida al estudio y ahora resulta que ese submundo formado por las máquinas y los robots van a acabar con toda la humanidad. (O eso dicen).
Hoy por hoy estás muy equivocado si crees que, por el hecho de que hayas pasado por la universidad, tienes asegurado el puesto. En los tiempos que corren eso ya no sirve.
Los robots forman parte de nuestra vida. Están totalmente integrados en la sociedad. Son uno más. Y es difícil no rendirse a ellos. Nos hacen la vida más fácil, trabajan a destajo, no se quejan, no tienen vacaciones, no cogen la baja, siempre están disponibles…tantas y tantas cosas.
Y, claro, ésta forma de vida no está hecha para todo el mundo. No hay lugar para todos. Sólo para los mejores, para los que tienen “el superpoder”. El resto ¡al banquillo!
Los robots hacen lo que se les dice. Ni más. Ni menos. Pero hay cosas que los androides jamás podrán hacer. A esos artilugios les falta…el sentido común. Y les falta la capacidad del ser humano para detectar lo inesperado y actuar sobre la marcha (entre otras cosas). Porque no hay nada peor que la decisión no tomada.
Para ser los mejores entran en juego otros factores. Hablo de valores. Y hablo de vicios. Pequeñas cosas que nos dan y nos quitan la felicidad. Y conseguir el superpoder implica, sobre todo, mucho esfuerzo. Experimentando. Fallando. Tropezando…sintiendo. Porque parece que es eso de movernos y salir a dar un paseo, a ver que se está cociendo por ahí fuera, lo que nos ayuda a pensar más. Total, que volvemos al principio. Al origen de la humanidad. A la importancia de las historias humanas. Y eso no saben hacerlo los autómatas. Ellos no manchan, no comen, no beben, no se emborrachan…no besan, no tienen sexo, ni dan abrazos. No hay razones para sentir miedo a esos armatostes porque lo que marca nuestra diferencia no es la inteligencia. La verdadera inteligencia es adaptación. Y los que saben anticiparse a los problemas, tienen mayor capacidad de adaptación. Pero eso no se enseña en la escuela. Ni se programa en el disco duro o en un chip. La vida está llena de matices y eso sólo se aprende siendo autodidacta e intentando mejorar lo que hizo otro.
Con este panorama a la vista, seamos despiertos y no paremos la máquina. Y si estás aburrido porque en tu trabajo haces lo mismo día tras día, empiece a preocuparte. Es hora de cambiar las artes, de cambiar de estrategia y demostrar lo que vales. ¡Ser distinto o morir!
Nunca pares.
Cuestiónate las cosas.
Y disfruta del derecho a equivocarte o a no saber algo. Los errores forman parte de…LA VIDA.
Coco
«Xiaoice,La mujer robot»
Fuente de la fotografía: Pinterest.