El espíritu de NotreDame.

Ardió NotreDame.
El mundo entero conmovido con el incendio de sus vidrieras, sus campanas, sus gárgolas y su jorobado. La Vieja Dama, otro símbolo más de lo mejor que es capaz de hacer el ser humano, se vino abajo.
Ocho siglos convertidos en humo. Casi un milenio de historia trasformado en cenizas. El trabajo de generaciones devorado por las llamas.
Las imágenes que nos llegan son de una crueldad bestial, con el fuego eliminando casi todo en cuestión de segundos.
¿Y ahora qué?
La historia se esfuma. NotreDame, espectáculo de la Humanidad y pausa obligada si vas a París, carbonizada. Se va una parte de Juana de Arco. Y de Napoleón. Se va una parte de todos nosotros. TODOS.
Tras el fuego, la tristeza. Silencio. Dolor. Lágrimas. Se hiere pronto pero se cura tarde.
Hay veces que las cosas no salen como planeas y no nos han enseñado a venir a este mundo y vivir con cicatrices ni con heridas abiertas en el alma.
Hay una diferencia entre herida y cicatriz. No son lo mismo. Hay heridas que se vuelven cicatrices pero otras…no. Otras son daños y marcas no elegidas que nos recuerdan un dolor. Porque, a veces, aunque la herida se cierre el dolor permanece. Algunas no las olvidaremos por la felicidad que llevan consigo mientras otras serán tan dolorosas que jamás podrán curar. Dicen que si una herida está abierta sólo hay que dejar pasar el tiempo para que cierre y dé paso a la cicatriz.
¿Os habéis fijado? Todos llevamos cicatrices escondidas por nuestro cuerpo que el resto no ve. Pero no son el final. Son…una necesaria lección de humildad.
¿Está todo perdido?
NO.
Nuestro trabajo ahora no será olvidarles ni odiarlas. Forman parte de nosotros. Toca aceptarlas y quererlas a nuestro lado para que nos recuerden dónde caímos y en qué fallamos. Los hay que dicen que la belleza de las cicatrices está en que explican parte de nuestra historia. Y es verdad. Hay enseñanzas que llegan así. Con toda la brutalidad.
Cada cicatriz, una historia que recordar. Heridas de guerra que los antiguos guerreros enseñaban con orgullo porque decían que no es bueno olvidar las batallas: “Se pierde una batalla pero no la guerra”.
Es necesario aprender a vivir con cicatrices. Forman parte de este juego. Nos recuerdan, cada día, que el pasado fue verdad. Que somos vulnerables. Que es imposible escapar.

Ellas son la forma que el tiempo utiliza para decirnos que no quiere que olvidemos.

Que el dolor por lo perdido dará paso a la importancia de la resistencia.

Que la angustia dará paso a la paciencia.

Las cicatrices, en cada una de ellas, nos dejarán éstas y otras tantas lecciones. Ese debe ser…el espíritu de NotreDame.

 

 

Coco.

Fuente de la fotografía: Pinterest.

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