DIARIO DE UNA VERANEANTA

Esto no es un diario al uso.

Ni una de esas listas que lees en un minuto y olvidas en medio.

Es más. Mucho más.

Es el diario de una veraneanta escrito según vienen a la cabeza las imágenes recién vividas. Un relato atropellado de mis vacaciones. Un millón de recuerdos grabados en la memoria. Canciones, olores, sabores…que se quedarán conmigo para siempre y que me da miedo olvidarme de alguno de ellos. Sé que sólo están dormidos, que despertarán cuando algo pase y, sólo entonces, me lleven a ese instante en el que sucedió.

La receta perfecta de un verano 10 no está en los libros porque…no existe. Cada veraneante mezcla sus propios ingredientes. Y aunque yo tenga los recuerdos más desordenados que el cajón de los calcetines, las experiencias son para compartirlas así. Sin orden ni concierto.

(Sólo se me ocurre poner a trabajar los sentidos y darle forma a esta locura).

Vista o…levantarme a ver amanecer porque me da la gana. Esa caída involuntaria de ojos que anuncia la siesta que te espera. Dar con una escritora cautivadora dos veces en menos de un mes. Ir al cine de verano con mi cojín y mi bolsa de pipas gigantes. Volver a encontrar…caballitos de mar.

Oído… y desconectar la alarma. Tu siestecita al sol con las olas como banda sonora. No tener que coger el teléfono a la primera. Descubrir que en Andorra hay gente que te lee y que, además, le gusta lo que escribes. Se llama Marta y, a pesar de lidiar con una tropa de 7 niños, siempre tiene tiempo para entrar aquí y ver lo que se cuece. Y encima va y convierte en “bacalaos” a sus compañeras de fatigas. Marta! In love with you!

Olfato… para improvisar. Sin planes. Ir andando por las calles de otros lugares oliendo diferente y sentirte otra persona. Que las cosas no salgan como tienes pensado y… ¡salgan mejor! Mercadillear para oler, tocar y, poco a poco, impregnarte de la cultura del lugar.

Gusto…yendo de chiringuito y chiringuito y sigo porque me toca. Probar nuevas recetas. Hincharme a sardinas. Los higos de pala. Las ciruelas Claudias y los melocotones de Cieza. Se puede averiguar mucho de un sitio simplemente por su forma de guisar el conejo al ajillo ¿Os cuento la clave del conejo de Campoverde? Está en las patatas.

Tacto…para darle nueva vida a algunos muebles. Escribir hastags ridículos. Playas en las que lo único que hay es arena y mar. Quedar con ella, a la que siempre tienes ganas de ver pero nunca acabas viendo. Y volverte a juntar para notar al mismo tiempo que todo, y absolutamente nada, ha cambiado. Tumbarme en la hamaca vuelta y vuelta. Como si de una parrilla se tratara.  Coger caracolas . Pasar mucho tiempo con los míos.

Mis pueblos. Tanto monta, monta tanto. Cada uno…tiene su papel. En Alcaraz, el recuerdo de las noches siempre frescas. Los churros. Los tomates. El aceite de la Almazara. Los caracoles chupaeros. Las sobremesas y…la Virgen de Cortes.  En Los Belones, saber que las cotorras siguen anidando en las palmeras. Los dátiles de aquélla que mi madre plantó antes de irse para siempre. Los caracoles serranos. Las chicharras y sus interminables conciertos. Los michirones. Atardeceres y amaneceres eternos. Algún día nublado entre tanto sol.

En este diario siempre estarán mis pueblos y sus historias que contar. En tiempos en los que nos gusta quejarnos amargamente, no está de más oír a sus gentes y que te cuenten lo duros que son allí los inviernos. Y, aun así, resisten y apuestan por ellos. Nunca se han planteado marchar a las grandes ciudades. En La Mancha, por el frío y en la costa porque se quedan solos, sin rastro de turistas.

(Moraleja: Nunca subestimes el conocimiento de una persona de pueblo).

 

Había algo más pero no me acuerdo qué. ¡Ah, sí! No hacer nada. Absolutamente nada. Y no pensar. Dejar que las cosas sigan su camino y disfrutar de ello porque las mejores historias…son así.

Y, apagadas las chicharras, esperar el otoño. Otra vez. Porque todo vuelve y el verano…también. No necesito nada más en la vida.

 

Coco.

P.D.: La foto está hecha por mi a mis pies con mis nuevas cangrejeras. No sé si es piestureo, selfiefeet o lo que narices le llamen. Sólo sé que son los pies de una veraneanta.

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