Siempre cuento que cuando salgo por la puerta cada mañana directa al trabajo “llevo la teja y la mantilla puesta” por lo que pueda pasar. No vaya a ser que me despiste y se me escape algún sarao…o lo que sea. Nunca (o casi nunca) declino la invitación. Al cine, el museo, a cotillear o a tomar un vinito a mitad de semana. Cualquier cosa me viene bien.
Me gusta el cancaneo, salir y pasarlo bien aunque me quite horas de sueño. Me gusta charlar largo y tendido sin estar pendiente del reloj. Me gusta reír a carcajada limpia y me gusta mucho comer (y beber). En resumen…tomar el aire. Y en esta “toma de aire” entra poder desahogarme, hacer planes imposibles, cambiar el mundo de la cabeza a los pies y así liberar mi mente como si de una catarsis se tratara.
El día a día, a veces, agota y… ¿la desconexión pa cuándo? Desconexión porque quiero terminar de leer ese libro que me tiene tan enganchada, desconexión para arrearle a mi pareja un beso bien dado acompañado de arrumacos, desconexión para seguir dándole a los pinceles, desconexión porque tengo tres hijos que crecen demasiado rápido y se me están escapando de las manos, desconexión porque… la necesito.
“La teja y la mantilla” me hacen sentir limpia cuando las uso, curan mi mente y mi alma cuando estoy… ¡harta! Creo que, hoy en día, la hartura es el mal de muchos y esta es la mejor forma que he encontrado de cargar pilas para desafiar el resto de una semana (tras otra) en las que hay que encajar las tareas como si fueran piezas de un puzzle, estirar los minutos para llegar a todo y a todos y, de esa manera, esquivar el diván del psicólogo o la medicación de turno. Aunque siempre he creído que mi madre tenía mucha razón cuando decía que “el psicólogo debería estar incluido en la Seguridad Social” yo, a falta de ese servicio y mientras los políticos se plantean si lo incluyen o no, cambio la terapia por “la teja y la mantilla” como el mejor método de liberación que hay para sacar fuera de mi cualquier emoción negativa. Esas que, gracias a los estudios de psicoanálisis de Freud, sabemos son las culpables de muchos de nuestros arranques de mal humor y depresiones.
“La teja y la mantilla” son mi forma de escapar. Y no hablo de huir. Escapar de ciertas personas (esas que no sabes muy bien por qué pero que no las aguantas), de sitios de esos que te provocan rechazo y algún que otro momento para olvidar. Escapar, para el que no lo sepa, no es de cobardes. Es necesario. Es humano. Y…te hace sentir libre. Libre de poder actuar sin filtros, sin mirar a derecha o a izquierda con miedo a quién te pueda oír o pensando si estás ofendiendo a alguien con tus palabras. Mostrándote realmente como eres y mostrando lo que te gusta sin pensar en si va a tener más o menos aceptación o reconocimiento. Sin soportar a insoportables. Poder hacer lo que me gusta como a mí me gusta y sentirme tranquila. Con conversaciones intensas y sinceras, que en ocasiones pueden acabar peor que un campo de batalla pero que, la mayoría de las veces, hacen estrechar aún más los lazos. Esa sensación difícil de tener en una rutina como la nuestra donde las prioridades son otras. Desde luego para mi es algo que es muy difícil descubrir de otra manera. Necesito, por mi forma de ser, una estabilidad y “la teja y la mantilla”, aunque os parezca de locos, son parte de mi “equilibrio”.
En definitiva, de teja y mantilla…otro mundo es posible.
Coco
Fuente de la fotografía: Pinterest.
«Mil Besos» de RUVEN AFANADOR