De latidos.

Echas la vista atrás y sólo han pasado “cuatro días” desde que estabas como una posesa forrando libros, comprando rotus, escuadra, cartabón, compás y marcando ¡hasta los calzoncillos!

Y es que, igual que el curso se inició hace cuatro días, sólo quedan otros cuatro para darle carpetazo. Los lunes dejarán de ser lunes. Las mates ya no le harán llorar a más de uno. Y las vacaciones escolares serán las protagonistas de nuestras vidas. Sí. De nuestras vidas porque, aunque una ya no está en edad escolar, he tenido que volver a estudiar los vertebrados, la vida de Kant y la Segunda Guerra Mundial. Este batiburrillo de disciplinas no es por gusto. Ni mucho menos. Se debe, como alguno de vosotros ya sabéis, a que tengo tres hijos y cada uno estudia una cosa distinta.

Acaba de empezar el mes de Junio y en los círculos que me muevo el tema principal de debate no son los posibles pactos de gobiernos autonómicos o municipales. ¡Qué va! Eso ha pasado a un segundo plano. Son ¡“los finales”! Y para algunos más que para otros porque, según la edad y el curso, hay mucho en juego. La selectividad está al caer y cualquier paso en falso puede romper los planes de futuro de muchos jóvenes que se enfrentan a esta prueba que se encuentra en peligro de extinción.

Hasta aquí, más o menos, lógico. Pero la pregunta que me ronda estos días por la cabeza es: ¿el éxito académico de los hijos va unido a eso de ser buen padre?

Sinceramente os digo que a lo largo de estos nueve meses escolares he tenido la sensación de que la que se examinaba trimestralmente era YO. Han sido muchas las tardes de pegar el culo a la silla junto a mis hijos para sacar adelante las materias que, conforme un programa diseñado a medida de no sé qué, deben estudiar si quieren (o queremos) un curriculum el día de mañana.

En mi época estudiantil mis padres jamás se sentaron conmigo a hacer los deberes o a estudiar. Muy rara vez. Sólo cuando, de manera puntual, tenías dudas sobre algún concepto. Poco más. Sin embargo, en los tiempos que corren, los padres tenemos la obligación (impuesta por nosotros mismos o por vete a saber quién) de garantizar el aprovechamiento de nuestra prole. ¡STOP!

¿Es ese nuestro papel como padres? ¿Dónde está eso de dejar volar la imaginación de nuestros pequeños? ¿La curiosidad ya no está de moda?

La curiosidad y la imaginación: dos rasgos muy de nosotros, los humanos, que suelen ser olvidados en los programas educativos. Les prestamos muy poca atención e incluso los llegamos a considerar de “segunda división”. Y no nos damos cuenta que son los grandes pilares de nuestra existencia.

La curiosidad. Conocer y entender todo aquello que nos pasa y lo que pasa a nuestro alrededor para entender de qué coño va esto de la vida: ¡necesitamos saber el por qué de las cosas! Preguntas, preguntas, y más preguntas, para ordenar o no nuestro caos.

Y la imaginación. Esa capacidad que tenemos cada uno de nosotros para crear “el mundo ideal”. Un mundo a nuestro gusto, a nuestra manera, un traje a medida. Y eso se crea en soledad. Tú y tu imaginación. Sin ayuda. O ¿es que nos gusta vivir la vida que nos diseñen los demás?

Podréis estar o no de acuerdo conmigo pero no me negaréis que todos los conocimientos que seamos capaces de absorber a lo largo de nuestra vida son SOLO nuestros. Personal e intransferible.

Y la única respuesta a esa pregunta que me ronda día sí y día también es, sencillamente, que nuestro papel es inculcar el hábito. Hacerles ver la necesidad del estudio desde la curiosidad, poniéndole toda la imaginación que les pida el cuerpo. ¡Nada de hacer ventosa con la silla mientras aprendemos las teorías de Platón o la metamorfosis de los animales! Conozco padres que se sientan, y les echan muuuuchas horas a esto del estudio. Hasta presumen, como si fuera una medalla al mérito civil, de que sus niños disfrutan con los esquemas que mami y papi les hacen para desmenuzar la lección de turno. ¡PABERNOSMATAO!

Lo confieso: No me considero peor madre por no sentarme al lado de mis hijos mientras estudian o hacen los deberes. No quiero entrar en polémica pero la sobreprotección no va conmigo. Si me piden opinión, la daré. Si necesitan ayuda, siempre estaré. Pero quiero que descubran por si mismos las atrocidades cometidas a lo largo de la Historia y hagan sus propios juicios de valor.

Queridos compañeros de fatigas escolares: Dejemos al maestro hacer su trabajo. Porque no se trata de saber la cantidad de latidos. Sino como vibró cada uno de ellos.

Y ese cómo…sólo lo podrán descubrir ELLOS.

 

Coco

Fuente de la fotografía: Pinterest

 

 

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