Me he levantado acordándome de esa boda cordobesa y ha venido a mi cabeza eso de que la vida es una larga conversación y habla de personas corrientes que casan. De personas que no pueden dejar de creer en el amor.
Lenguas viperinas dicen que los buenos recuerdos no son otra cosa que una mala jugada de la imaginación. Pero lo que vi no fue fruto de la imaginación. Mis ojos fueron testigos de cómo, entre tanta tempestad, el uno al otro se daban calma. De cómo A le acariciaba el pelo y le decía con la mirada: “Te elegí a ti entre todas las personas del mundo”. G, a su vez, advierte a una camarera que no la pierda de vista, que se encargue de que no deje de comer. Y ella, con la cabeza en el hombro de su abuela, le sonríe. Mientras, la gente baila. Suenan boleros, sevillanas. Y algo de rock. En un rincón, las lágrimas de la madre y el nudo en la garganta del padre. Parece un cuento de hadas. De las de carne y hueso.
Bonita estampa. De esas que te hacen pensar que hace mucho que no piensas en esas cosas. Nunca nos acordamos de que, al final, lo que más echamos de menos son las pequeñas cosas. Los detalles. Porque una se queda siempre con los detalles.
Les observo atentamente. De vez en cuando, G se acerca y le dice: “¿estás bien?”. La mira. No deja de mirarla. Suspiro. Llamadme ilusa pero a mi un simple gesto de esos es capaz de hacerme llorar.
Me gustan las historias normales. Esas que sólo están escritas por y para ellos y que sólo ellos (…y alguien más) conocen. Me vuelve loca la gente que siente y lo demuestra sin miedo. El amor me enseña a vivir. A pensar. Porque…no todo es lo que parece. Y nada más difícil que encajar dos vidas.
No conozco a nadie que haya salido ileso después de vivir un gran amor. Uno puede enamorarse como un tonto varias veces a lo largo de su vida. Pero tarde o temprano, el amor se desgasta. Y las palabras también. Aquí nadie se libra. Todos decimos te quiero. Y no siempre significa lo mismo. Hay que saber encontrar el significado. Aunque a veces de tanto decirlo no significa lo que debería. Ya se sabe que el amor es eterno mientras dura. Que es un trabajo a tiempo completo en el que no puedes bajar la guardia. Ni…perder la magia. Porque es la magia del amor la que mueve el mundo.
Que sí. Hacedme caso. El amor abarca todo y…nada. Nos dice, una y otra vez, que no estamos solos y que más de uno se plantea de qué va eso de vivir en pareja. Y como todas las cosas tienen su momento, cuando éste llega uno hace las maletas y se va a su vida. A la de la pareja. Deseando hacerle feliz. Sabiendo que cada paso deja una huella. Y que quieren seguir sumando uno más uno igual a dos. O más.
Ahí está todo. A no buscaba su media naranja. Le buscaba sólo a él. G no es de flechazos ni Cupidos. Podría vivir sin ella, pero no le apetece. Fue su forma de ver el mundo lo que le hizo caer…rendido a sus pies.
Coco.
La fotografía la hice el día 3 de Septiembre de 2016 en la iglesia de Santa Marina de Córdoba. Allí y con sus protagonistas pude comprobar que los cuentos de hadas también son de carne y hueso.