El coronavirus dejó las ciudades desiertas y los colegios vacíos. El silencio se impuso a la campana del patio, al ruido de sillas y pupitres y a los gritos y risas del recreo. La escuela tuvo que reinventarse y adaptarse al bicho a través de una pantalla.
El COVID-19 ya avisó que venía para quedarse un tiempo y ha cumplido su amenaza. Aquí sigue. Sin embargo parece que no han servido las previsiones. Seguimos sin saber mucho de él y la vacuna aún no ha llegado. No sabemos cómo mover las fichas en el nuevo tablero. Tomamos las decisiones a salto de mata. Improvisando. Y si la cabeza te dice que no, el corazón se empeña en decir que sí. ¡Un caos!
Ahora toca volver al cole. En estos días los niños vuelven a las aulas con las mochilas llenas de muchas dudas y pocas certezas. Y si cada septiembre los profes creaban con mucha ilusión y muchísima responsabilidad un nuevo capítulo en la vida de cada alumno, esta vez están ante el reto más difícil al que jamás se han enfrentado. Pocos querrán, hoy por hoy, estar en la piel de un maestro.
Este curso, más que nunca, hay algo mucho más importante que el contenido de la asignatura. Más importante que el gel hidroalcohólico o la mascarilla. Los niños necesitan que alguien les hagan sentir que están en las mejores manos. Necesitan que les repitan día a día que, aunque todo haya cambiado, va a salir bien. Necesitan que les animen recordándoles lo bonito que tiene la vuelta al cole, estar con sus compañeros y con los profesores y que sepan que, aunque algunas reglas cambien, van a volver a disfrutar como antes. Las grandes dosis de ilusión le tienen que ganar la batalla al miedo sí o sí porque nada ni nadie puede sustituir a la escuela ni al maestro.
Creo que no llevar a los niños al colegio no es una opción. Y creo también que la educación a distancia no es la solución. Lo hemos podido ver durante el confinamiento cuando nos ha tocado soportar la carga educativa desde casa. Ya que el riesgo cero no existe, también creo que la mejor estrategia será (una vez más) adaptarse al entorno. Y en esta disciplina los padres sabemos que nuestros hijos nos van a dar más de una lección. Ya lo hicieron meses atrás. Para ellos los cambios son más fáciles de llevar, sobre todo, si los viven con toda la naturalidad posible. Por eso es tan importante transmitirles seguridad y serenidad desde casa y en la escuela haciendo…»vida normal».
En este contexto tan sombrío y cambiante como el que tenemos, sólo la formación nos ayuda a adaptarnos. Pero hablo de la formación presencial. La única que transmite emociones, seguridad, sensibilidad. La única que puede darle a nuestros niños la palmadita en la espalda cuando hacen las cosas bien y la única que les mirará a los ojos para convencerles que…»todo saldrá bien».
Coco.
Fuente de la fotografía: Pinterest.