Era una chiquilla. O al menos eso dicen mis compañeros, ya jubilados, cuando me vieron cruzar la puerta por primera vez.
Han pasado 25 años desde que empecé con mis idas y venidas a Benidorm. Sé el camino de memoria. Tanto que podría hacerlo hasta con los ojos cerrados. Curva a la derecha, frenas, una recta y otra curva a la derecha, aceleras, túnel…y así hasta llegar a destino. Al final te haces a todo.
Ayer, día de Santa Rita, recibí un reconocimiento a mi labor. Bueno, yo y un montón más que como yo llevan 25 dedicados a este trabajo. Hemos pasado a engordar la lista de las viejas glorias. 25 años llenos de anécdotas y recuerdos imborrables que no darán para escribir un libro pero sí un post. No sé dónde leí que los recuerdos hacen historia y la historia, cuando la escribes, se convierte en historia viva.
Cualquier aniversario, sea del tipo que sea, da para pensar. La motivación y la espontaneidad de entonces han dado paso a la reflexión y al equilibrio de ahora. Y no. No es la edad la responsable de ello. Es la experiencia. Porque nunca se es demasiado joven o demasiado viejo. Simplemente hay…un cambio de perspectiva. Así funciona la vida. No se queda quieta.
Mi historia laboral ocupa muy pocas páginas y los logros que haya alcanzado no me corresponden a mí contarlos. He tenido grandes jefes y grandes colegas. Jefes de esos que confían en ti desde el principio y te dejan hacer. Colegas con los que he formado un gran equipo. Ha llovido mucho y, sin embargo, recuerdo el primer día como si fuera hoy. Totalmente perdida, nerviosa y muerta de miedo, sin saber qué narices hacer y atenta a cada movimiento del personal que estaba a mi alrededor. No había ordenadores. Sólo máquinas de escribir y papel de calco.
Sin embargo “mi historia”, 25 años después, ha tenido muchos capítulos. Sigo casi entera. Más gorda, peliteñida, vigilo mi alimentación (a veces), con una hipoteca a cuestas, motivación arriba motivación abajo, pero satisfecha con el camino recorrido.
Desde entonces hasta hoy mi vida ha cambiado, mis circunstancias han cambiado y yo he cambiado. También he aprendido. Y mucho. He pasado de ser eso, una chiquilla, a madre de familia numerosa. Durante ese tiempo me casé, aprendí a cocinar (y por ese orden), nacieron mis criaturas, sufrí una mudanza, perdí a mi madre…
He cambiado. Sí. Atrás quedaron mis locuras de juventud. Ahora practico las locuras de la madurez. Noto el cambio en cosas tan simples como que mi instinto funciona ahora mejor que antes. Veo, día tras día, cuánta razón tenían mis padres en todo aquello que me dijeron y también he visto cómo algunas cosas de la vida empiezan a tener sentido.
Además he aprendido a medir mis palabras. Y he aprendido a mostrar mis sentimientos sin importarme el qué dirán. Me he atrevido a ser yo misma caiga quien caiga porque he comprobado que, a veces, disculparte no sirve de nada. Ahora sé que está bien ser egoísta. Sobre todo si tu felicidad está en juego. Y he visto que el tiempo…cura.
Aunque sea 25 años más mayor sé que aún tengo mucho camino por recorrer. Dicen que cuando se ha cumplido los cincuenta una ya ha cometido todos los peores errores que vaya a cometer en su vida. Yo espero que no. Espero que aún me queden por cometer unos cuantos. El mundo nunca es fácil. “Ayer”, cuando empecé en esto hace 25 años, tampoco lo fue.
También os digo que tener una edad ya no es lo que era. Y aunque ya no me recupere de las resacas como entonces, haber llegado hasta aquí aprendiendo del pasado, mirando al futuro y con ganas de seguir, es lo que de verdad importa.
Lo importante es el ahora.
Lo importante es…seguir jugando.
Coco.
La fotografía es de mi fiel compañera la Isla de Benidorm.
A mi lado desde el 1 de marzo de 1993.
Querida amiga: Gracias por dejarme compartir 25 años de mi vida contigo.