¿Cuándo fue?

Aviso a navegantes, hoy voy a reflexionar. Es algo que me encanta hacer…de vez en cuando.

El caso es que tengo una tía, mayor para más señas, que no tiene whatsapp ni smartphone ni ná. Y la buena mujer me pide que le mande fotos de los últimos acontecimientos familiares, acompañadas de algunas “letricas”,  que le pongan al día de nuestra vida. Al principio sólo de pensar tener que escribir una carta me entró una pereza del quince pero después mi “Pepito Grillo” empezó a gritar en mi cabeza con tal fuerza que me puse manos a la obra.

De jovencita me comunicaba mucho con mis amigos por carta. Disfrutaba del placer de escribir cartas, recibirlas y, sobre todo, leerlas. Eran otros tiempos. Ahora eso de escribir cartas es un arte en peligro de extinción. La tecnología ha vuelto a ganar la partida.  Ese es el mal que estamos viviendo últimamente, aunque imagino que habrá quien no me entienda. No tengáis en cuenta mis palabras si no os gustan. Yo sólo, y como siempre, quiero dar mi opinión.

Dicen que la vida está llena de buenos momentos pero que son tan pequeños que ni los vemos. Y es verdad. Me paso el día entero dándole al teclado del pc para hacer gestiones o hablar con vosotr@s y cuando se trata de escribir una carta sin más, se hace un mundo. ¡Mira que somos raros!

Ponerme delante de un folio en blanco otra vez, después de mucho tiempo, me paralizó. No sabía por dónde empezar. Eché la vista atrás. ¿Cuándo fue la última vez que escribí una carta? ¡Ni me acuerdo! Pero sí recuerdo perfectamente que hacerlo me hacía sentir más cerca de la persona a la que iba dirigida. Era una carta a medida. El hecho de contarle mis cosas, además, era algo casi sagrado. Respiraba…entrega.

En mi cabeza veía al destinatario de la carta sentado frente a mí. Fumándose un pitillo (en aquélla época yo fumaba como un carretero) o con una taza de café. Y, a través de mi puño y letra, nos poníamos a charlar. Una charla que podía durar horas. Porque aquí donde me veis, a pesar de ser una acelerada de narices, estás cosas siempre me gustaron a fuego lento.

Tengo la esperanza de que igual que ha vuelto el sombrero y el pañuelo en la solapa, algún día volveremos a escribir cartas de puño y letra. Y no porqué lo necesitemos, sino porque eso de abrir el buzón y que no sea el banco sino alguien que ha perdido un poco de su tiempo escribiendo para ti…es uno de los mejores regalos que podemos hacer. (Llamadme loca pero veces pienso que debería haber nacido un siglo antes).

En fin. Cuando terminé la carta, firma, sello y busqué un buzón por todos los rincones de la ciudad…han desaparecido de sus antiguas esquinas.

P.D.: Os avisé. Hoy venía a reflexionar.

 

Coco.

Fuente de la fotografía: Pinterest.

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