Me cuenta Ana que esta vez la bronca con su hijo ha sido de tal nivel que está tocada…y casi hundida. Casi porque no es su único hijo. Los demás le necesitan.
Se pasan el día en lucha. Alerta y con los puños tapando la cara. Esperando el ataque. Y el golpe, efectivamente, llega. En forma de grito, de desaire o…de humillación. Es un pulso constante. Sin tiempos muertos. Hay que ver cómo el ser humano es capaz de los peores actos. Y aunque a Ana el cuerpo le pide devolver el golpe, hay veces que no siempre puede. Y cuando lo hace es porque ha llegado el momento de decir…no puedo más.
Yo creía que Ana era de las que sabía decir “basta”. Pero no. Está abatida. Y cansada. Muy cansada. Poco a poco, como quien se recupera de una larga enfermedad, está haciendo de la resignación su nueva forma de vida. No recuerdo el momento exacto en que empezó nuestra “desconexión”, me dice.
Su hijo es de esos que creen pertenecer a esta nueva generación que lo sabe todo. Que no necesita aprender más y mucho menos recapacitar cuando se equivoca.Y para ella educar a los hijos obligándolos a creerse especiales es tan malo como arrearles en el culo con la zapatilla. Nunca sabes cuál de las dos opciones es la peor. A veces desea no sentir. Y lo peor es esa sensación de que, a partir de cierto nivel de dolor, ya no queda ni el orgullo.
Al oírle sólo se me ocurre eso de que es bueno estar cansado a veces. En ocasiones el mundo se vuelve loco. Y nosotros también. Son tormentas de las que no conseguiréis salir ilesos. ¿O sí?No pasa nada por no tener la vida perfecta. Las relaciones nunca te dan lo que quieres. La seguridad no existe. No está ni en los hijos. Esas cosas sólo pasan en las películas. Y esos anuncios de la tele…son mentira.
Sí querida Ana. La vida es muy imperfecta. Está llena de malos momentos. De esos en los que el camino está sembrado de minas “anti mamá” y todo se va a la mierda…
No me escucha. Sólo pregunta: ¿Y si resulta que la vida es esto? Porque según pasa el tiempo, cada día, la crisis se convierte cada vez más en su rutina.
Ella sabe que todos los días se pierde algo. ¿Pero también el cariño de un hijo? También. Y eso es una de las mayores pérdidas que el ser humano, como madre o padre, puede sufrir. Nadie nos enseña a perder. Perder como sinónimo de fracasar. Pensemos en las cosas que se han perdido a lo largo de estos años: padres, amigos, algún trabajo, la vergüenza… pero nada se puede igualar al sentimiento de “perder un hijo”. Contra esto no hay antídoto.
Sigue sin escuchar. Sólo repite: ¿Va a continuar más este sufrimiento?Buena pregunta. Sólo el tiempo lo sabe. El tiempo es el que manda. A veces, en medio del caos, somos capaces de lo mejor…aún a pesar de estar tremendamente tocado y casi hundido.
Llorad si hace falta. Gritad si es necesario.
Pero nunca dejéis de respirar hondo y…haced que valga la pena.
Coco
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