Yo no sé vosotros, pero esto es lo que me pasa cuando llega el calor, noto como si mi capacidad de reacción disminuyera y con ella mi cuerpo entrase en un estado de “slow motion” perenne.
Con la entrada del calor nos entra la alegría de ir quitándonos capas que hemos ido acumulando en invierno, yo una cosa tengo clara, no llego a la operación bikini.
Llega el momento de las cervecitas en la terracita, de la palometa bien fresquita con un buen aperitivo, de quitarme el reloj y decirle hasta luego, nos vemos en septiembre.
Me gustan esas conversaciones que enganchan como el chocolate negro, en las que pierdo la noción del tiempo y me hacen vivir y recordar momentos inolvidables. Y cuando llega el verano siempre cae alguna. Anda que no habré comido yo pipas hablando con amigos y amigas hasta altas horas de la madrugada.
Llega el momento del olor a mar, lo siento por los que son de montaña pero a mí me va mas el olor a salitre, el convivir con la arena, el luchar contra medusas y claveles, las chanclas y la toalla, el escapar a pescar al espigón, y sobre todo el mar, con lo bueno de su tranquilidad y lo atractivo de su bravura.
Lo único que me preocupa de todo esto es que si seguimos una lógica de progresión en cuanto a la fecha a la que estamos y la temperatura que tenemos, seguramente nadie nos librará de meternos en 50 grados en el mes de agosto.
Entonces siempre será un buen momento de ir a buscar el fresquito.
Caye
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