Palmas. Ramas de olivo. Cornetas, trompetas y estandartes saludan a la Borriquilla.
Huele a incienso. Olor a cera quemada que se derrite muy lentamente. Al compás atronador de los tambores.
La Saeta. Sentío cantar que toma las calles como llanto desgarrado que libera el alma, suplicando un perdón que eriza y conmueve a quien lo escucha.
Mantos de flores acompañan los Tronos que una multitud de costaleros cargan sobre sus hombros, con la piel marcada por el peso de la imaginería. Y a su paso, siguiendo la huella del sudor, gente que guarda el anonimato tras un largo y estrecho antifaz color púrpura, a modo de penitencia. Los nazarenos. Los “moraos” de toda la vida.
Caramelos con esencia de anís. Azúcar quemado sobre trozos de pan mojados en leche. Sopas de ajo en la madrugá. Los buñuelos de bacalao. Y el Potaje de Vigilia.
Cirio encendido que alumbra las caras de unas mujeres, con el gesto dolido, vestidas de luto y cubiertas con mantilla de fino encaje.
Un silencio que hiela la sangre escoltado por el ruido de cadenas. Un silencio roto por la respiración de los fieles que las cargan.
Capirotes, túnicas, sudarios, rosarios, procesiones…Palabras que encierran una mezcla de cultura, religión, arraigo y rito. Tradición y espectáculo.
Aromas y sonidos. Color. Sabor. Olores y Texturas: Costumbres que se mezclan al ritmo de una Semana de Pasión. La Semana Santa.
Algo único en el mundo. Seas creyente…o no.
Coco
Fuente de la fotografía: Pinterest.