Enganchada no, enganchadísima con FAUDA. En mi opinión altamente recomendable. Y sin querer hacer spoiler os diré que para mí aquí no hay buenos ni malos. Sólo hay inocentes derrotados y guerra. Una guerra que, de momento, no le veo final cercano. Ni mucho menos. Fin de la sinopsis. A partir de aquí a quien le apetezca, que se haga una maratón de palomitas y sofá (la manta al gusto).
La verdad es que es un género que me ha atraído desde pequeña y ahora, con la que está cayendo, aún más. Creo que se debe a que, a través de historias plagadas de espías, grupos paramilitares, granadas de mano y misiles, siempre me ha sido más fácil entender algunas cosas del panorama internacional. Mucho más fácil que cuando empollaba libros de texto con fechas, cifras y nombres –algunos impronunciables-. No sé. Tendré que hacérmelo mirar.
Sin pestañear paso horas delante de la pantalla disfrutando con personajes de todo tipo que viven y sufren, cada uno a su manera, el terror. Y de todos los personajes que trufan el reparto me llaman poderosamente la atención los reporteros de guerra. Personas que no son ni de un bando ni de otro pero que también están en la línea de fuego. Valientes profesionales de la información que, armados sólo con la palabra y acompañados de cascos protectores, se juegan la vida por contar a medio mundo lo que está pasando en el otro medio entre metralletas y bombas. Porque, hay que decirlo alto y claro, algunos por no tener no tienen ni siquiera un chaleco antibalas.
El trepidante mundo de los corresponsales de guerra dando a conocer duros testimonios, de conflicto en conflicto para que los bárbaros no queden impunes, es de los que dejan huella. Verdaderamente creo que son de otra pasta…y otra casta. Lo que hacen es de una valentía sin límites. Ellos dicen -y es verdad- que si no se cuenta, no existe. Y pagan hasta con su vida por mantenernos informados, por contarnos la realidad que se vive al otro lado de nuestras fronteras, y eso es un precio demasiado alto que la gran mayoría de los mortales no nos plantearíamos jamás.
Difícil comprender las situaciones tan crudas por las que pasan. Complicándose la vida, en unas condiciones durísimas, pero dispuestos a hacer lo que haga falta para enseñarnos cómo es el infierno. Y cuando vuelven a casa curtidos en guerras y desastres, vuelven con la mochila cargada de traumas, ansiedades e incluso algunos con graves secuelas para el resto de sus días. ¡¿Y cómo no van a tenerlas?! Porque sólo con ver su trabajo es imposible no sentirse implicado y, a la vez, entender que deben endurecerse para hacer bien su trabajo. Ejercer su oficio, ser testigo directo mientras caen bombas y silban balas sobre sus cabezas, y no poder salvar vidas debe ser frustrante.
Y aunque ellos se consideren unos privilegiados, los privilegiados somos nosotros. Gracias a su trabajo y desde el más cruel anonimato, sabemos de los acontecimientos más importantes de la historia, nos enteramos de lo qué está pasando y podemos reaccionar ante la injusticia. Hoy más que nunca la desinformación online hace que su trabajo, su lucha por contar la verdad, necesite testigos…y esos somos nosotros.
Coco.
Fuente de la fotografía: Pinterest.