A PECHO DESCUBIERTO

Ha caído en mis manos, regalo de una de mis rubias favoritas, un libro al que le tenía muchas ganas. He leído otras obras de su autor y es de esos escritores que nunca defraudan. Por lo menos a mí. Tiene una forma de contar las cosas que me obliga a leer y releer algunos párrafos de tanto que me gustan. Cuajado de frases poderosas, de esas que enmarcarías o tatuarías, que te llevan a recordar muchas cosas que has vivido y a reflexionar sobre otras tantas que -por el motivo que sea- no te habías parado a pensar.

En sus páginas el autor reconoce -entre otras vivencias- que después de probar el éxito, se dio cuenta que no era para tanto. Que hay otras cosas, pequeñas, ridículas, sencillas, insignificantes…que suman lo verdaderamente importante de nuestro paso por la vida. Sin embargo, llegar a esa conclusión no fue fácil. Necesitó verse obligado a salir de ahí, de ese centro del universo llamado éxito, para dedicar toda su atención a alguien que realmente la necesita. Y es ahí cuando descendió al mundo de los mortales y reparó en todo lo que tenía a su alrededor, dándose de bruces con esas «insignificancias» y con esos recuerdos de hace taitantos años que te hacen caer en la cuenta de que, al fin y al cabo, la vida va también de otras cosas.

Hasta que llegó a ese punto de su vida en el que tuvo que elegir estar o no (a sabiendas que no era más que un engranaje en la maquinaria de esa gran fábrica que llaman éxito), en el día a día tocaba aparentar que era feliz en un mundo donde las relaciones personales son tan superficiales y materialistas como efímeras. Un mundo en el que cada uno mira por lo suyo y en el que sólo ganas si participas en el juego y juegas mejor que el resto. Y no sigo contando más del libro porque es para leerlo…y releerlo.

¡Cuánta razón tiene! Al fin y al cabo, todos en mayor o menor medida, hemos pasado por ahí. Porque hoy vayas donde vayas, te muevas por donde te muevas, la palabra éxito nos persigue como si fuera un estridente luminoso de Las Vegas. Éxito aquí, éxito allá. Es el mandato de nuestra era. Una era que nos arroja a creer que la única forma de ser felices es siendo los mejores, siendo brillantes y -por supuesto- reconocidos en los 5 continentes (Vale. Igual me he pasado un poco y con ser reconocidos al nivel de andar por casa sirve).

Vivimos en una época que mide el éxito a partir de los focos y las alfombras rojas y, a la vez, nos hace olvidar que detrás de ese concepto de éxito prevalecen raíces más profundas. Y más sencillas. Un éxito que no va más allá de lo inmediato, que no valora el afecto, la pasión, las raíces de cada uno y que lo único que hace es dar paso a lo que cada uno somos ahora.

Escapar de ese éxito es posible y renunciar a esas cosas…también. Porque si para algunos el éxito significa ser “The Best of The World” para otros el éxito es vivir rodeado de los suyos. Y aunque a veces el camino a elegir puede ser muy duro de aceptar, a lo mejor sólo es cuestión de darle la vuelta. Cambiar la forma en que vemos las cosas. O poner atención en los detalles más insignificantes que hay a tu alrededor y sentir que han sido el mejor regalo de tu vida. Esas pequeñas maravillas que escapan de nuestra curiosidad por culpa de aspirar a esa necesaria perfección que nos inculcan buscando el éxito. Una perfección imposible de conseguir y difícil de mantener porque así no eres feliz. Y ya sabemos que la felicidad solo es felicidad cuando es compartida.

P.D.: Descubrir y escribir esto exige una sinceridad implacable con uno mismo y es la que nos falta a muchos. Porque con el corazón en la mano os digo que hablar de uno mismo así, a pecho descubierto, sólo es cosa…de valientes.

Coco.

La foto, como habréis adivinado,

es de la bonita portada del libro al que le tenía tantas ganas

y que ha escrito un hombre que se define…»contador de historias».

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