Un juez soltaba el otro día que en España hay un exceso de ‘influencers’ y faltan camareros. Comprobado.
La otra noche, de terraceo, lo sufrimos en nuestras propias carnes. Una azotea con vistas que quitan el hipo, lugar mágico de esos que no necesitan filtros para convertirse en un top post de Instagram, con una carta de cócteles de autor muy sugerente y rodeadas de amigos de mucho tiempo en mesas vecinas…en fin, un rooftop de lo más animado al que solo puedes acceder con reserva previa. Lo dicho, todo jugaba a nuestro favor para ser una quedada after office de nivel. ERROR.
La cruda realidad fue un NO hay cenicero para vosotras pero SÍ para las tres de la mesa de al lado. Pedir carne y que te den pescado -a sabiendas- a ver si hay suerte, te lo comes y no protestas. Pide un cóctel personalizado, pero no pidas un Bloody Mary que de eso el barman pasa. Y, de postre: «vete levantando que voy a cerrar». Literal. ¡Ah, y al día siguiente sermón vía email por no ir y no haber anulado la reserva! ¡¿Perdón?!
Camarero de mi alma: ¿Si no sabes torear pa qué te metes? Haz que los clientes se sientan bien y que no se note que no tienes ganas de trabajar. Si no estás dispuesto a sonreír…lo demás sobra. Y sí, todos podemos equivocarnos. Pero cuando eso pase muestra humildad, asume el error y aprende de él. El trabajo bien hecho y el trabajo mal hecho te llevan exactamente el mismo tiempo. Y nunca digas «No sé» ni pases de puntillas. Eso está feo.
Estimado empresario: Detrás de cualquier trabajador, hay personas. Haz que sientan que el negocio también es suyo. Crea equipos fieles. Busca que tu gente se sienta parte importante del local. Atención, trabajo en equipo, esfuerzo y compromiso son algunos de los trucos. ¡Úsalos! Consigue que disfruten cada día de su trabajo. No hay mejor forma de conocer un oficio que vivirlo y -esto ya lo sabes- un buen jefe es el que da ejemplo. Cuando las cosas se hacen bien…las cosas terminan saliendo. Y es que lo que la gente llama éxito, no es otra cosa que la suma de muchos pequeños detalles.
Hoy muchos jóvenes son camareros por necesidad y eso lo cambia todo. Buscan trabajo para sacar algún dinerillo y así mantener su ritmo de vida actual porque a día de hoy no llegan a fin de mes y -para ellos lo más importante- no puede estar a la altura de sus amigos. Y no. Así no. Para camarero NO valemos todos. No se aprende a servir mesas en dos días. Hay que tener vocación de servicio, cuidar del cliente y dejarles con ganas de volver. Tienes que tener carácter…y talante. Una sonrisa, una solución rápida ante cualquier problema. Todo esto, educación y ganas junto con la amabilidad marcan la diferencia entre un buen y un mal camarero.
Los mesoneros de toda la vida dicen que es un trabajo precioso, pero que se lo están cargando. De hecho, tenemos muy buenas escuelas de hostelería, pero -según parece – lo que no hay son suficientes alumnos. Sobre todo, cuando se dan de bruces con la realidad del mercado laboral. Ese oficio es muy sacrificado y precisamente por eso hay que saber equilibrar. Y este equilibrio va por cuenta del jefe. Es él quien debe replantearse sus métodos y poner fin a jornadas maratonianas o al trabajo a destajo. Esto es lo que hace grandes a las personas. Esto…y el boca a boca.
¿De quién fue la culpa? ¿Del camarero por trabajar en algo para lo que no está preparado? ¿Del dueño del garito por no estar al pie del cañón? Sinceramente, no sé dónde estuvo el fallo.
P.D.: A quien corresponda: Esta profesión hay que humanizarla. Al fin y al cabo, son personas que conectan con personas, donde el cliente es la razón de ser y los camareros la cara visible del negocio. Y las circunstancias…no son una excusa.
Coco.
Fuente de la fotografía: Pinterest.