No deja de sorprenderme lo pelota que puede llegar a ser el personal cuando
quiere algo de ti. Aunque su hábitat natural sea el lugar de trabajo, los hay
que pelotean a tus hijos, a tus sobrinos, a tu portera si hace falta y -por
supuesto- a ti. Están en todas partes, incluso en algunos lugares que ni tan
siquiera podrías imaginar. Reconozco que algunos dominan tanto el arte del
peloteo que incluso llegas a pensar que se trata de un verdadero amigo. Pero a
los que ya les he pillado el tranquillo les he visto -y sigo viéndoles- hacer
el ridículo hasta límites insospechados. ¡Vivir para creer!
Cuando he querido saber el porqué de llamar pelota a este tipo de gente me he
llevado una divertida sorpresa que no voy a desvelaros. Id a San Google y
descubrir por vosotros mismos el origen de “hacer la pelota”. Yo me quedo con
la parte que les define como ese espécimen que utiliza estrategias muy sutiles
para progresar y ganar poder. Porque para ellos hacer la pelota es una forma de
ganarse la vida.
Los pelotas ejercen como nadie el encanto personal. Son los reyes en eso de
adularte revoloteando a tu alrededor y lo llegan a hacer tan sumamente bien que
se ganan tu confianza hasta el punto de que consiguen que bajes la guardia.
Algunos son tan artistas en esto que son casi imposible de detectar.
Para formar parte de ese club tienen que reunir una serie de requisitos
imprescindibles: carecer de escrúpulos, actuar de manera clandestina (nunca
delante de otros) y cambiar de bando cada dos por tres. Hoy está contigo y
mañana contra ti porque les viene bien. Así de sencillo. Son tramposos. Una
especie de camaleones que cambian de opinión según quien tenga enfrente. Los
hay que han perfeccionado tanto la adulación que van de amigos zalameros, de
esos que no dejan de piropearte aunque a veces ni ellos mismos se creen los
piropos que salen de su boca (uno de los instrumentos más utilizados por ellos
para conseguir un favor aunque por dentro estén afilando los cuchillos). Todo
esto, y alguna bajeza más, forma parte de su ADN.
Así que cuando alguien empiece a hacer esto contigo… ¡lagarto, lagarto! No
estará de más que empieces a preguntarte qué diablos quiere. Y a partir de ahí
aprender a tratarles. Defenderse de ellos no es fácil porque a todos nos gustan
los mimos y los halagos pero hay que evitar que te ablanden. Agradéceles con
falsa humildad, y la mejor de tus sonrisas, esas fingidas muestras de
reconocimiento. Desconfía. No opines delante de ellos. Cuando huelan que la
presa ya no es lo que era, o que les ha visto el plumero, huirán como ratas
porque son seres muy intuitivos y prevén los cambios a la primera de cambio.
Entonces comenzarán un nuevo cortejo a las futuras presas…y vuelta a empezar.
Pero conmigo ya no.
Coco.
Fuente de la fotografía: Pinterest