Pensaba la otra tarde en el paso de los años y me puse de un nostálgico que flipas. Quizás tuve un mal fin de semana. Quizás sea el confinamiento. O que en breve cumplo un año más. No pasa nada. No siempre estamos bien…ni hay que estarlo. Y sé que dejarse llevar de vez en cuando por la nostalgia, esa dulce tristeza por lo que ya no está, es normal. Muy normal. Hay ratos en los que simplemente toca. Y más en los tiempos que corren. Pero aun así…
De pronto me vino a la cabeza que mi yo más joven nunca hubiera imaginado que habría llegado a los taytantos viviendo una vida mucho más simple de lo que imaginé. Mi yo joven también pensaba que la madurez me traería ese equilibrio tan sobrevalorado. Pero no. Llegada a los taytantos, ni lo uno ni lo otro…y ni falta que hace. Me he dado cuenta de que no quiero nada de eso. Ninguna vida es rectilínea y mis planes tampoco deben serlo. El cosquilleo de lo desconocido me sigue gustando más. Y escuchar esa vocecita dentro de ti que te dice que hagas travesuras, que te diviertas, que lleves la contraria o que vayas por otro camino me hace sentir requetebién.
Esos recuerdos agridulces que siempre acompañan a la nostalgia no todos son de color de rosa. Hubo obstáculos y algunos difíciles de sortear. Otros no eran como esperaba… ¡incluso fueron mejores! Pero cada uno de ellos, los buenos, los malos y los regulares, forjaron mi carácter. ¡Tienes que romper huevos para hacer una tortilla! ¿O no?
La nostalgia es poderosa. Esa tarde, dondequiera que miraba, veía desorden y miles de giros inesperados: cambios de vida, amores a primera vista, oportunidades de trabajo…Algunos amigos se mudaron a lugares insólitos. Otros han tenido crisis espirituales. Y tengo conocidos que, con sólo una llamada de teléfono, se embarcaron en proyectos profesionales completamente diferentes de lo que tenían pensado. ¡Bendito desorden! Porque el desorden nos muestra que la vida se vive y el mundo gira mientras que el perfeccionismo, la vida sin sobresaltos, no deja de ser más que una forma mezquina de vivir.
Hay quien dice que volver atrás no vale de nada. Que la nostalgia funciona. Y sí. Bien llevada te remueve. Pone a prueba nuestra resistencia y nos recuerda que pueden (y deben) quedar cicatrices. Que nadie es inmune a esta locura llamada vida. Pero que de ninguna manera hay que dejar la ilusión, el cosquilleo. A veces sólo basta con fingir que estás emocionado. Al fin y al cabo el cerebro no es más que un músculo fácil de engañar y, si sonríes, cree que estás contenta y te hace sentir mejor.
Yo, de momento, a mi cerebro estoy enseñándole que cualquier tiempo pasado fue… pasado. Aún no sé muy bien cómo pero me gusta lo que veo. Y dicen que cuando una mujer se mira al espejo y le gusta lo que ve, se siente fuerte y sonríe más. Si eso es así, hoy por hoy, me siento cómoda en mi piel. Más que nunca.
Prohibido caer en trampa de la nostalgia. Saborear lo bueno de ayer sin ataduras y vivir bien es la mejor venganza y, cuando se llega a ese punto, todo es posible…incluso con un año más.
Amo mis taytantos. Eso es lo que soy ahora. Más que suficiente ¿verdad?
Coco
Fuente de la fotografía: Pinterest.
Vaya que si, yo con sesenta y tantos me miro al espejo y me veo mejor que con cuarenta, mi actitud ha cambiado y para mejor.
Seguimos sumando y felicidades.
¡No hay nada como cumplir años para aprender a quererte!
¡Gracias!