El pueblo, siempre el pueblo.

El pueblo, siempre el pueblo.

Ese que nos trae sólo buenos recuerdos. Ese que tenemos asociado en nuestra mente y en nuestro corazón a los buenos momentos. La infancia, las vacaciones, Navidad, verano, Semana Santa…

El pueblo, ese que considero «mi pueblo» no es realmente mío, es el pueblo de mi padre, que salió de allí para trasladarse a vivir en la ciudad cuando sólo tenía 14 años, por lo que ha vivido mas tiempo fuera del pueblo que en él, pero eso no es suficiente para que no lo sintamos él y yo como «nuestro».

Todos tenemos un pueblo, aunque no sea nuestro, pero con quererlo y hacerlo tuyo ya hay suficiente. Es el de alguno de tus padres ( o de los dos), o el de tus abuelos… El caso es que en ese lugar están tus orígenes, pues sus costumbres, su clima, y su geografía han contribuido a que tus antecesores sean como son y hayan dejado en ti su huella.

Tal vez sea la costumbre de desayunar churros en el puesto de «la Líber» o «licinciar»un poco enterándote de cómo les va a esos que siguen viviendo en el pueblo, compartir unos gazpachos con las personas que quieres, bebiendo el buen vino que se cría en la bodega de la familia…

Todas estas cosas hacen que cada visita al pueblo, por breve que sea, se convierta en especial.  Y además te das cuenta de que los que viven allí y tú no sois tan distintos. Es más, descubres que las vidas que lleváis tienen más cosas en común de las que os separan.

Pero eso si, sea el día que sea en el pueblo se respira tranquilidad, eso que a los de ciudad nos hace tanta falta. Por este motivo me he propuesto que cuando necesite tomar conciencia de lo que es importante y hacer que el tiempo se pare para pensarlo, tendré que ir siempre al pueblo.

Reyes

Imagen: Cúpula de la iglesia del Salvador, Jumilla. 22 de Mayo de 2016.

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