No hables con desconocidos

La cuestión es sencilla: Mi rutina es como la del resto de los humanos. Sin embargo el tema se va complicando a medida que avanza el día y te dejas llevar sin pensar en los efectos. Cuando quieres darte cuenta, y el cansancio agota, ya has sobrepasado con creces el punto de no retorno: El del ceño fruncido.

Comprendo que es inevitable. Hay gente que ha nacido para sacar lo peor de cada uno de nosotros. Nada más. Y nada menos. Ninguno estamos libres de caer en el lado oscuro. A veces pienso que tenía que haber hecho las cosas de otra forma pero es muy fácil dejarse arrastrar. Quizás debe ser así. Los humanos somos criaturas imperfectas y la vida, al fin y al cabo, es eso que te da y te quita.

Aun así sigo pensando que hay muchos más motivos para plantar cara a la vida con una sonrisa que con el ceño fruncido. Ya sabéis que la cosa tiene sus riesgos. Empezando por la salud, que no perdona. Y la memoria que…tampoco. El problema viene cuando en la memoria se queda algo grabado. Nos guste o no, nuestros actos se hacen hueco en las personas que tenemos cerca.

Mis padres nunca me dijeron que no hablase con desconocidos. Sólo que tuviese cuidado. Yo, obediente, llevo toda mi existencia aprendiendo a decir NO. Eso tan sencillo. Y tan difícil. Vivir casi toda una vida confiando en el prójimo es un acto de fe. Crees que tus juicios no fallan pero los palos te dicen que tenemos que estar preparados. El ataque puede llegar en cualquier momento. Y sí. Llega un momento en el que te das cuenta del pie que cojea el personaje pero…ya no hay vuelta atrás. Y aunque no dure mucho ese instante de lucidez, es lo suficientemente revelador para que por un segundo seas consciente de que las cartas ya están echadas.

Puede parecer una tontería pero creo que aprender de los errores debería ser una asignatura obligatoria. No nacemos sabiendo aunque todos tenemos la teoría clara desde el principio. O casi. Se dan demasiadas cosas por supuestas. Y, aunque las sepamos, siempre nos falta algo. Por ejemplo, saber quiénes somos. Y saber qué nos afecta y qué no. Y que si tienes un día de mierda, saber qué narices hacer con él y con quien sufrirlo.

Me revuelve lo difícil que nos resulta decir algo positivo sin venir a cuento. Igual que me repele pensar que lo “cuqui” ha llegado a nuestras vidas para quedarse. El optimismo forzado me produce urticaria. ¡Eso sí es hipocresía de las gordas! ¿Quién está a salvo de tanta sobredosis de pasteleo? Tiene gracia la cosa. Si no teníamos suficiente nos toca, en los peores momentos, mantener la mente fría para descubrir que no es oro todo lo que reluce. No hay nada como decir algo bonito sin echar por tierra otra cosa. Lo que sea. ¡Hay muchas maneras de ser moderno!

¿Por qué os cuento todo esto? Porque he descubierto que soy capaz de pisar fuerte. De caminar con una sonrisa a pesar de las trampas. A aceptar las cosas tal y como vienen y borrar mi ceño fruncido. No hay nada mejor que conjugar el presente con los verbos “disfrutar” de lo bueno y “aprender” de lo malo. Saboreando cada trago.

Y no. No soporto a esa gente que tiene miedo a querer. A la gente que miente. Y a las amistades…peligrosas.

 

Coco.

Fuente de la fotografía: Pinterest.

 

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